ADIÓS CON EL CORAZÓN
CHÁCHARA DE FIN DE FIESTA
Llegamos al final de la Expo, amigos, y como llevo unos días sin aparecer por aquí y veo que se me van a quedar un montón de majaderías en el teclado, el artículo de hoy es doble. Sí, ya lo sé: muchos se preguntarán con razón, ¿y por qué no se guarda sus majaderías en el teclado y nos deja en paz? Debería hacerlo, en serio, pero a la empresa que me paga no le gusta que deje huecos en blanco, quiere que produzca bien de letra. El silencio no se cotiza todavía en el mercado. Pero no es esa la razón por la que quiero darles la brasa hoy de forma especialmente indecente: es que me siento como en un fin de fiesta real. Es decir, me siento ya agotado, pastoso, tirado en un sofá del fondo del local y acompañado por gente a la que no conocía antes de empezar el jolgorio. El final de fiesta es el momento de esa plática morosa, que salta de un tema a otro sin sentido, que se recrea en la satisfacción crápula de una noche que ya clarea. Así que déjenme divagar un rato antes de que enciendan las luces y nos echen a la calle. La lectura, bien lo saben, es voluntaria. Los que ya estén cansados de mí pueden despedirse a la francesa, nadie se lo reprochará.
Parte uno: el mensaje final.
Un gran diario nacional publicaba el otro día dos paginones de balance de la Expo. El reportaje repartió algo de estopa, poniendo en evidencia algunas evidencias que todos -evidentemente- habíamos observado. En resumen, venía a decir que la Expo no ha servido para abordar ni concienciar ni impulsar ningún tipo de cambio en la política de gestión del agua, ni a aportar luz sobre el tema. Elemental.
El otro día, en una tertulia televisiva, compartí plató con una de las responsables de la Tribuna del Agua, que fue a hacer balance de la actividad desarrollada estos meses. Cuando se animó el debate, la verdad es que los dos contertulios fuimos un poco duros con ella y, en un tono quizá demasiado vehemente (soy un tipo calmo de mi natural y me sorprendo cuando me da un subidón) le dijimos que era una lástima, que se había perdido la oportunidad de dar realce a esos debates y que, en realidad, las cuestiones tratadas habían pasado prácticamente desapercibidas para la opinión pública. Ahora se queda una cantidad ingente de material que será objeto de estudio, pero que probablemente no salga nunca de las universidades ni de los centros de investigación.
Pero es que, ¿podía ser de tora forma? Inspirándose en la extraña experiencia del Fórum de Barcelona, la Expo incluyó la Tribuna del Agua y El Faro como espacios de debate y concienciación sobre el tema que servía como excusa a la muestra, pero, ¿realmente alguien creía en serio que la Expo se iba a centrar en eso? ¿Alguien lo esperaba?
Las expos son lo que son, y todo el mundo asume tácitamente para qué sirven. Se adornan con retórica, se maquillan, se presenta un proyecto más o menos sólido, pero el fondo es el que es: ofrecer una oportunidad sin igual de desarrollo y proyección internacional a la ciudad que las celebra. Por tanto, lamentar que no se ha llegado a ninguna conclusión es un poco ingenuo, porque no era ese el objetivo. Ahora bien, podemos lamentar la vacuidad y frivolidad del mundo en el que vivimos, podemos lamentar una y mil veces que la gente con ideas y propuestas interesantes nunca encuentra un altavoz adecuado para hacerlas oír, pero sin perder de vista la realidad.
¿Que sería bonito que los cinco millones y medio de visitantes hubieran acudido a escuchar a los gestores de agua en Brasil y a aprender a ahorrar agua siguiendo las técnicas milenarias de los agricultores del Yangtsé? Pues claro que sí, pero ustedes y yo sabemos que esos cinco millones y medio de personas han ido a Ranillas a pasar un rato divertido, no a escuchar a Gorbachov. Quien piense lo contrario, no conoce el mundo que pisa.
Así pues, no hay decepción posible en ese nivel más "teórico" o "social". Para que la hubiera, tendrían que haberse creado unas expectativas que estoy seguro que nadie (o casi nadie) tenía.
Parte dos: la juerga propiamente dicha.
Una vez quitada la careta y declarado sin complejos que somos unos frívolos que solo hemos venido a la Expo a divertirnos, hablemos de esa diversión.
El viernes se vendió el concierto de Gloria Estefan en la Feria de Muestras como la previa a la traca final de hoy. Si mal no recuerdo, era el tercer sarao que Expoagua montaba en tan apartado paraje, después de Bob Dylan y Bunbury. La noche estaba fresca, aquello está muy pero que muy lejos y, seamos honestos, Gloria Estefan no es una artista "llena estadios". Consecuencia: poco más de 6.000 espectadores. Un fiasco en un sitio donde caben hasta 40.000 personas sin estorbarse.
Mientras la cubana intentaba calentar la gélida noche del extrarradio zaragozano, servidor pasaba frío disfrutando de uno de los conciertos más exquisitos y emocionantes que ha tenido a bien programar la Expo: el de Antony and The Johnsons. Una maravilla deslucida por el cierzo y por lo inapropiado del lugar, pensado para conciertos marchosos. El minimalismo orquestal y los prodigios vocales de Antony and The Johnsons están pensados para un teatro, disfrutados por un público silencioso y acomodado en butacas. Aún así, contra todo pronóstico (no es precisamente una música comercial, sino que tira a la vanguardia y se dirige a paladares finos y educados), el anfiteatro de Ranillas se llenó. Seguro que no todos eran fans de Antony, pero congregó a 8.000 valientes que aguantaron hasta el final con educación y entrega un concierto exigente y difícil.
Y digo yo: ¿no hubiera sido mucho más acertado llevar a Gloria Estefan al Anfiteatro, donde cabían de sobra las 6.000 y pico personas que querían verla, y otro par de miles de propina, y haberle buscado a Antony un acomodo más discreto en el Palacio de Congresos, aunque fuera programando su espectáculo dos o tres noches para que pudiera ir más gente?
A toro pasado, puedo decir que lo de la Feria de Muestras ha sido un despropósito que responde al empecinamiento municipal. Un lugar que solo se llena con los Rolling Stones o con Madonna, pero que pincha con cualquier otra propuesta. Se han programado en la Feria actuaciones que podrían haber cabido mucho mejor en el Príncipe Felipe o en el mismo Anfiteatro de la Expo. No hacían falta esas alforjas para semejante viaje. Alguien ha patinado.
También patinaron los que programaron las desangeladas sesiones de DJ en el Anfiteatro, que armaban una bulla muy pasada de rosca con los decibelios y que solo daba gusto a unos pocos centenares de bailongos. Esas sesiones fueron las que motivaron más quejas vecinales por ruido (el volumen, es cierto, era considerablemente superior al de los conciertos) y desentonaron lamentablemente en una programación cuidada, llena de exquisiteces y de veladas inolvidables. Es como si en un menú de tres estrellas Michelín te colasen un bocadillo de mortadela. Cada cosa en su sitio.
Por lo demás, lo hemos pasado muy bien en la Expo. Yo insisto en que las noches han sido de lo mejorcito de un verano irrepetible. ¿Cuándo volveremos a disfrutar de unos espectáculos de esta talla? Aunque, ojo, entiendo que el nivel (ya que no la cantidad) debe mantenerse: es el nivel de espectáculos que una ciudad europea que aspira a ser referente nacional e internacional debe tener. A ver si sabemos mantener el tipo.
Se me ocurren más cosas, pero los lectores que hayan llegado hasta aquí seguro que están tan cansados como yo, así que les daré un respiro. Disfruten de la clausura y que les sea leve la resaca. El siguiente artículo será el de la despedida. Qué pronto se acaba todo, ¿verdad?
DO YOU SPEAK EXPINGLISH?

TIPOS COLGADOS

Yo llevaba unas semanas con un dolor de cuello pertinaz, así que me fui al fisioterapeuta a hacérmelo mirar:
-Mmm -murmuró mientras me escrutaba con mala cara-... Estas lesiones me suenan, llevo todo el verano atendiendo tortícolis y dislocaciones parecidas. ¿Ha estado usted en la Expo?
-¿En la Expo, dice? -le respondí, sin poder girar el cuello hacia él-. Pues casi más que en mi casa, si le digo la verdad.
-¿Y ha visto los espectáculos? No me refiero a los conciertos, sino a Hombre vertiente, a los montajes de la plaza de Aragón, la cabalgata del Circo del Sol...
-Hombre vertiente lo he visto siete veces, oiga. Y de los demás, pues todos los que he podido.
-¿Siete veces? Lo suyo es un caso grave. No me diga más. Tiene lo que los fisioterapeutas llamamos la "tortícolis del arnés".
-¿Y es grave?
-Según y como. De momento, rehúya los espectáculos en los que haya gente colgada de las alturas.
-¡Es imposible!
-Pues disfrútelos tumbado, no fuerce el cuello. Ha visto usted demasiadas piruetas aéreas y su cuello se ha dislocado. Repose, no mire arriba, céntrese en los avatares que suceden a ras de suelo.
-Lo intentaré, pero no prometo nada.
¡Es que está todo lleno de colgados! En la Expo no habrá yonquis, pero colgados los hay a porrillo.
Hombre vertiente es el espectáculo colgado por antonomasia, pero ha habido un buen montón de montajes con superabundancia de arneses y colgadurías. Y cuando no había arneses, había zancos. La cosa es sobrevolar la cabeza de los espectadores. No hay una sola viga en Ranillas de la que no se haya colgado un actor, un acróbata o un saltimbanqui.
Pues yo no me siento cómodo, qué quieren que les diga. No solo porque en Hombre vertiente se produjeron dos batacazos casi trágicos, sino porque algunos hombres a los que nos asoma ya el cartón alopécico no nos gusta que nos miren cenitalmente. Que de frente parece que tenemos pelo, pero desde arriba se nos ve la coronilla en distintos grados de desertificación. ¿Por qué tenemos que exhibir nuestra incipiente calvicie ante los acróbatas aéreos?

"El despertar de la serpiente"
En fin, nada se puede hacer contra las modas, y la moda de este verano de 2008 es echarse a volar atado a una cuerda. Más que actores, parecen becarios de Leonardo da Vinci probando sus locos cacharros voladores.
Queda la ceremonia de clausura, que está a un paso. Supongo que no faltarán en ella los correspondientes voladores. Yo, con su permiso, me voy a dar unas friegas para tener el cuello en condiciones de disfrutar del espectáculo.

Por cierto, mañana, para compensar, Ancas de Ranillas dejará las alturas y se adentrará en las tripas subterráneas de Zaragoza. Claustrofóbicos, abstenerse.
PS: hoy viene a la ciudad Gorbachov. Sí, hombre, sí, no me digan que no les suena, que es un hombre muy famoso. Es Mijail, el señor que anuncia los bolsos y maletas de Louis Vuitton. Yo le pediré una maletita pequeña de piel, a ver si me hace un barato.
¡OTRA RONDA, HICS!
LA REVELACIÓN IKEA
PROYECTO GOLDFISCH
ZARAGOZA, CIUDAD SORIANA
Ayer domingo se vivió el gran día soriano en la Expo, con ese enorme concierto de Ana Belén, Víctor Manuel, Urrutia y Nuevo Mester de Juglaría (¿me dejo a alguien? Seguro que sí, soy muy despistado, no me lo tengan en cuenta) en el que se invocó al fantasma de un poeta que no era soriano pero que se dejó el alma en la ciudad del Duero, Antonio Machado.
En realidad, Soria lleva unos días dejándose ver mucho en la Expo, con una programación variada e interesante, y hay que alegrarse de que así sea. La Expo se habría quedado coja sin la presencia de la provincia vecina. Al fin y al cabo, Zaragoza es la ciudad soriana más grande: hay más oriundos de la provincia castellana viviendo en la capital aragonesa que en Soria.
¿Se imaginan un relato de Nueva York que prescindiese de su herencia italiana, con su mafia y sus restaurantes; o que uno de Buenos Aires silenciase a sus gallegos, o una novela de Marsé en una Barcelona sin andaluces, murcianos y aragoneses -es decir, sin charnegos-? Pues una Zaragoza sin sorianos se quedaría igual de coja, pero parece que nadie se termina de dar cuenta.
Lo cierto es que yo también me he sorprendido de este protagonismo soriano en Ranillas. Y supongo que no seré el único que no repara habitualmente en esa presencia soriana, aunque en la misma redacción donde trabajo haya algunos ejemplares notables de "homo sorianensis". Es lo que pasa cuando no se tiene un acento llamativo, ni una lengua propia, ni otros rasgos "diferenciales". Si en vez de sorianos fueran andaluces, Zaragoza celebraría el Rocío como en Nueva York se celebra el "Columbus Day", tradicional jornada de reafirmación italoamericana. Pero como al tacto, a la vista y al oído, un soriano apenas se diferencia de un zaragozano con pedigrí, su presencia pasa desapercibida.
Pero haberlos, haylos. La comunidad soriana en Zaragoza está integrada por decenas de miles de discretos trabajadores: la capital aragonesa era el foco urbano más accesible para quienes huyeron del campo buscando una oportunidad laboral en la ciudad, y en sus calles acabaron echando raíces. Tanto, que si el mundo del fútbol fuera de otra forma, el ascenso del Numancia a Primera División podría compensar un poco (un poco, solo un poco, no empiecen a sulfurarse) el descenso del Zaragoza a Segunda.
Ayer los sorianos disfrutaron de su gran fiesta. Quizá es el primer gran homenaje que su ciudad de acogida les concede, y debería ser el primero de muchos. A través de los sorianos trasplantados a Zaragoza, los versos de Machado parecen hablarle también al Ebro. Con lo que le gustaban los ríos al viejo poeta del 98, que los usaba como metáfora universal y clásica del discurrir de nuestras vidas, que se escapan cuesta abajo sin que lleguemos a entenderlas. Seguro que a Machado le hubiera gustado pasear por las nuevas riberas del Ebro. Seguro que le habrían inspirado unos versos.
Una ciudad no está hecha de esencias ni de fundaciones puras. Una ciudad está hecha de suciedad, de todas las deposiciones que la historia y sus habitantes han dejado en ella. Ése es el poso de los siglos, que está lleno de mugre y de capas. Y es esa mugre la que toda ciudad sana y jolgoriosa debe reivindicar. Por encima de mitos fundacionales y de prístinas hazañas, una ciudad se compone de muchas ciudades, encabalgadas unas en otras, hasta crear la personalidad multiforme y enmarañada que percibe el paseante. Sin mezcla y sin cruce de legados las ciudades se mueren en su propio aburrimiento, se convierten en "burgos podridos".
Zaragoza, que no es ni por asomo uno de esos burgos podridos, hace bien en reivindicar las varias Zaragozas que se ensucian y contaminan entre sí. Una de las Zaragozas posibles es la Zaragoza soriana, y al resto de Zaragozas posibles les está sentando muy bien reencontrarse con ella. Ya saben que sólo somos capaces de reconocernos en el otro, es el único espejo posible.
Si los neoyorquinos se sienten irlandeses el día de San Patricio, los zaragozanos podemos sentirnos sorianos por un día también. Yo voy a untarme una buena rebanada de mantequilla soriana y a zamparme una torta del Beato de las que hacen en El Burgo de Osma y unas paciencias de Almazán para celebrarlo. A su salud.
¿ALIANZA DE CIVILIZACIONES?
DE CINE
¿Cine en la Expo? No hay mucho, aunque tampoco lo esperaba nadie. En eso, sigue el ejemplo de la ciudad anfitriona, un secarral para los cinéfilos donde se alternan las noticias sobre el cierre de salas históricas con las que anuncian la apertura de monstruosidades suburbanas para estrenos inanes y pretendidamente "para todos los públicos" (ya escribí en este blog una entrada sobre el significado de ese cliché. Reléanlo pinchando aquí, si lo desean). Pero en Ranillas, si uno escarba un poquito, encuentra pequeñas gemas, de brillo débil, aunque apreciable. Lo mismo sucede en Zaragoza: en cuanto se escarba un poco en la arena del secarral, el agua brota. Sin la fuerza de un géiser, claro, pero lo bastante como para refrescar al cinéfilo sediento.

CUATRO HORAS
EL MERCADILLO DE LA INDIA
AHÍ HICE YO LA MILI
Pilar Estopiñá ha cogido la mala costumbre de invitarme a la tertulia de Amanece en la Expo, el programa que presenta desde el set de ZTV en Ranillas, y esta mañana, mucho antes de que el accidente de Barajas nos quitara las ganas de reír a todos, Javier Miravete, que compartía mesa de debate conmigo, quitó hierro a lo que yo contaba en el post anterior sobre los turistas. "No es para tanto", vino a decir, y subrayó el dato de que solo un 6% de los visitantes de la Expo son extranjeros.
Por supuesto que no es para tanto y por supuesto que ese 6% es un porcentaje ridículo, algo que deberían hacerse mirar en Expoagua, porque no dice nada bueno de la proyección internacional de la muestra internacional (valga el cosmopolitismo), pero mantengo y sostengo que lo que se está viviendo en este agosto que agoniza entre bandazos de cierzo no es ni medio normal. ¿Cuándo habíamos visto a tanto turista por Independencia con su mapita desplegado? De acuerdo, no vienen de Estocolmo ni de Londres y en su mayoría son señores de Albacete o de Barcelona o de Cantabria. Pero es que todo no puede ser. No se puede pasar de la nada absoluta a ser un punto de referencia del turismo mundial. Empecemos por casa, alegrémonos de que al fin el resto de España considera que merece la pena visitar la ciudad que durante tanto tiempo ha ignorado. Si esta afluencia turistera sirve para que se vayan olvidando algunos de los tópicos casposos que pesan sobre Zaragoza (y sobre Aragón en general), bienvenidos sean.
Porque no se me pongan estupendos. No necesito ser cáustico para recordarles a todos que Zaragoza es una completa desconocida en España. Muy pocos saben algo de ella, más allá de que hay una "Pilarica" y de que sus habitantes construyen los diminutivos en "ico" y se llaman "mañicos".
Aunque lo que más pesa es lo castrense. "¿Dónde vive usted, en Zaragoza? ¡Hombre, si allí hice yo la mili!". La de veces que he escuchado esta frase. Con variantes, porque en Zaragoza también pudo hacer la mili un padre, un tío, un hermano, un novio o un amigote perdido en la bruma de los años. Eso es Zaragoza: la ciudad donde se hacía la mili. En fin, algo es algo, menos da una piedra (del Ebro), y gracias a la presencia militar, miles de españoles mantienen una vinculación sentimental profunda con la capital aragonesa. Pero hace años que la mili dejó de existir, y la cantinela de Zaragoza como "ciudad-en-la-que-se-hace-la-mili" empieza a ser un hábito de personas mayores. Los jóvenes españoles ya no tienen esa vinculación con Zaragoza.
Por suerte (sí, creo que es una suerte ser conocido por asuntos culturales antes que por el poderío militar, y muchos convendrán conmigo en eso), para los jóvenes españoles Zaragoza está ligada a otras historias. Es la ciudad de Bunbury, de Amaral, de Los Violadores del Verso. Una ciudad mítica que forjó las carreras de esos ídolos de masas. Pero sigue pesando la otra imagen, la heredada. Los prejuicios sobre Zaragoza como una polvorienta, ventosa y sórdida ciudad provinciana siguen vivos, créanme. Lo he visto en las caras de muchos amigos de Madrid a los que he descubierto una Zaragoza que no esperaban y que han recibido casi hasta con pasión.
En general, Zaragoza gusta al visitante. ¿Cómo no va a gustar? Se tapea estupendamente, sus bares son variados y acogedores, los paseos, gratos, y la historia, apasionante. Especialmente, cuando el relato histórico abandona los grandes tópicos y se adentra por carreteras secundarias: las que llevan a las retorcidas calles del Gancho o a la trasera de la Seo. Pero esa Zaragoza no aparece en el imaginario de los españoles. Para la mayoría, la palabra "modernidad" está reñida con la imagen que tienen de la capital aragonesa. Por eso creo que muchos españoles, gracias a la Expo, están descubriendo una ciudad que no esperaban encontrar.
¿Qué más da que no vengan extranjeros? A mí, por lo menos, me da igual de momento. Me conformo con que, la próxima vez que baje a visitar a mis amigos andaluces, la gente no se refiera a mi ciudad con las cuatro frases de gañán a las que me tienen acostumbrado. Espero que cuando vaya a Málaga, a Santander, a Gerona, a Alicante o a Badajoz, la gente me diga que estuvo en Zaragoza y que le gustó, que disfrutó de una ciudad moderna y abierta cuyas ricas y muy profundas raíces no la han impedido crecer y mirar a otros horizontes. Espero que la Expo termine con la época de los soldaditos y de la gente que hizo la mili. ¿Pido demasiado?
CHANCLETAS Y SANGRÍA
EN UN MES...
En un mes, los enamorados se dan cuenta de que lo están. Ya ha pasado todo un mes, se dicen, asombrados de querer seguir viéndose.
En un mes, el pan Bimbo se pone verde y hay que tirar las rebanadas sin comer. Madre mía, si creía que lo compré ayer, no puede haber pasado todo un mes, nos decimos.
En un mes, Philleas Fogg debía andar ya cerca de la India, a punto de salvar a la princesa viuda a la que iban a quemar con el cadáver de su marido (¿o eso solo pasó en la serie de dibujos animados?).
En un mes se puede leer una novela de las gordas, clasicorras y densas. La montaña mágica, de Thomas Mann, por ejemplo. O Los demonios, de Dostoievski. O El Rojo y el Negro, de Stendhal. Y se puede acabar el mes cerrando el libro con fuerza y diciendo: ¿cómo me ha podido costar un mes entero leerme esto?
En un mes se pueden perder cinco kilos a base de ensaladas, y mirarse en el espejo diciendo: estoy hecho un figurín.
En un mes también se pueden ganar esos cinco kilos a base de pucheros de la abuela.
En un mes nos fundimos una nómina y esperamos la siguiente como agua de mayo.
En un mes emborronamos treinta páginas de agenda, y cuando las repasamos no entendemos ni la mitad de las cosas que apuntamos en ellas, y nos decimos: ¿en qué he empleado este mes?
En un mes nos aprendemos de memoria una ciudad, y también nos hartamos de ella.
En un mes nos ponemos morenos y le damos vida a esa piel blancuzca e invernal.
Un mes no es nada, pero en él puede pasar de todo.
En un mes, una ciudad se puede transformar hasta que no la reconozcan ni sus hijos.
Ha pasado un mes. El primero de los tres que dura la Expo, y en ese mes, la Expo también ha cambiado. Se han acumulado muchas quejas, pero poco a poco, se van subsanando. Todos los zaragozanos y los visitantes sabían que organizar un sarao semejante era muy complicado, y no hay ensayos generales, por más que se invitara a unos pocos miles de zaragozanos a darse un garbeo por Ranillas un par de días antes de la inauguración.
Había cosas imprevisibles y otras que podrían haberse previsto, pero en su conjunto, las cosas se van ajustando. Creo que la Expo mejora conforme avanza: la experiencia es clave en este tipo de asuntos.
Eso sí, hay cosas que tienen difícil solución. Las filas, muy especialmente. Habrá que resignarse a ellas.
Y, sobre todo, habrá que enviar un abrazo a los miembros de Ojalá Entretenimiento, deseando que su compañero se recobre pronto y bien del accidente que sufrió la semana pasada y que podamos ver Hombre vertiente de nuevo, porque, sin duda, era una de las mejores propuestas escénicas de la Expo.
Quedan todavía dos meses por delante, y en este blog solo se han apuntado algunas de las muchas cosas de las que esta ciudad está dando que hablar. Ustedes me perdonarán, pero a pesar de la Expo, yo me voy de vacaciones, y este blog echa el cierre durante cuatro semanas. Otros hablarán de lo que aquí se habla, y seguro que lo hacen con mucha más gracia y salero. Muchas gracias a los que habéis leído y comentado alguna cosilla. Podéis seguir haciéndolo en cualquiera de los 20 artículos publicados hasta el momento. Yo os veré de nuevo el 13 de agosto. Hasta entonces, disfrutad de la Expo y de la vida.
ROCK EN EL APARCAMIENTO
ADIÓS, SERGIO ALGORA
DEL SUSPENSO AL SOBRESALIENTE
Supongo que pasará en todos los saraos internacionales en los que se imponga a los participantes un pie forzado (en este caso, por si no se habían enterado, el pie forzado es el agua). Se parece mucho a una clase escolar que tiene que hacer un ejercicio sobre un tema. Hay alumnos que siguen a rajatabla el pie forzado, tanto, que resultan planos e insustanciales. Son correctos aunque sosos, el profesor no puede suspenderles, pero tampoco puede ponerles una nota muy alta. Los hay que se limitan a cubrir el expediente, salvando los muebles de forma chapucera e improvisada. Estos están al borde del suspenso. Otros alumnos se pasan el pie forzado por el forro y escriben lo que les da la gana, porque ellos están en la clase sin interés por lo que se hace en ella. Algunos miembros de este grupo pueden salvarse del suspenso en función de la jeta que le echen: si su desparpajo y cara dura son medianamente ingeniosos y hacen gracia al profesor puede que se libren.





DOCTOR JEKYLL Y MR. HYDE
La Expo, ya se habrán dado cuenta, es como Jekyll y Hyde. Jekyll de día y Hyde de noche. Al principio, creía que la transformación se debía al brebaje cervecil que se consume en Fluvivaso, pero ahora me inclino a pensar que la poción mágica es la sidra de pera que sirven en el pabellón de Lituania. Pruébenla y me cuentan qué tal.
Ya sé que en la novela de Stevenson Jekyll es un respetado burgués londinense, un docto caballero que fuma en pipa y lee junto al fuego. Pero vivimos donde vivimos, y Jekyll solo puede ser un señor de mediana edad, con pantalones cortos (cómodos y frescos para la solana) que viaja con una corte de variada extensión. La versión más reducida de esa corte es la compuesta en exclusiva por su señora, y la más amplia, por su señora, numerosa prole (desde el adolescente enfurruñado al criejo saltarín), padres, suegros y cuñados.
Jekyll calza chancletas y una camisa de manga corta, la misma que luce otros veranos en Salou a la caída de la tarde, cuando toca tomar la cerveza vespertina en el paseo. Jekyll es socarrón, le escandalizan los precios de algunas cosas (de casi todas, para qué engañarse) y disfruta de lo majo que está todo. Jekyll le da a la Expo ese aire diurno tan de andar por casa, tan entrañable, tan pachanguero, tan de vermú de pueblo.
Pero, cuando cae la noche, en la Expo reina Hyde.
Este Hyde tampoco es el Hyde de Stevenson. No asesina, no da miedo, no se escurre por los antros y callejones del East End. Este Hyde es algo más joven que Jekyll. Viste informal, pero procura dar el pego y con un toque de modernidad. A las once de la noche, mientras Jekyll, desfondado y roto de recorrer pabellones, se retira a un merecido descanso, Hyde entra en Ranillas más fresco que un pimpollo. Se cruza con Jekyll, que arrastra los pies, y le sonríe desde su frescura noctámbula.
Hyde pasa de los pabellones y pide una cerveza. Ronda el Balcón de las Músicas, el Auditorio, cualquier rincón donde se escuche música y se pueda alternar. Se apoltrona en la terraza del Acuario con un cóctel de 20 euros en la mano, ligotea con una congénere en un recoleto banco a la orilla del Ebro o ataca un plato de sushi, palillos en ristre, en el restaurante de Japón (muy recomendable, por cierto: pidan un sushi lo más variado posible y gozarán tanto que no les dolerá mucho la cuenta).
Hyde tiene pase pernocta y disfruta de esa Expo nocturna con otros ritmos menos familiares que los diurnos.
Había un canal de televisión por cable que emitía videoclips de música comercial por el día y rock and roll algo más cañero y alternativo por la noche. El lema del canal era (leer con voz de locutor británico): "Smooth by day, rock by night" (tranquilo de día, rockero de noche). Así es Ranillas también.
Tenemos dos Expos en una, y en ninguna hay Fluvis. Yo, la verdad, lo agradezco: siempre he compadecido a quienes tienen que embutirse en esos trajes de mascota, y más con esta chicharrina.
Elijan con cual se quedan. O hagan como yo y no elijan: aprendan a disfrutar de ambas. No dejen que les obliguen a decir si quieren más a papá o a mamá.
DENTRO DE 50 AÑOS
Estaba en un duermevela de sofá viendo un documental del Canal de Historia (que para sestear sirven tanto como los de La 2), y al abrir el ojo legañoso vi un recinto familiar: un teleférico, carcasas de ovni parecidas a las plazas temáticas y gente paseando con garbo y entrando y saliendo maravillada de pabellones con nombres de países.
Dios mío, ¿tanto he dormido?, me pregunté. ¿Ya han pasado cien años y estoy viendo un documental histórico sobre la Expo? Me froté los ojos maldiciendo mi proverbial sueño profundo y me fijé en las imágenes. Sí, se parecía todo mucho a la Expo. Muchísimo, pero la gente vestía raro. Parecían figurantes de una peli de gansters, con unos peinados anticuadísimos y unos modelitos del Pleistoceno. Le di volumen y enseguida me enteré de que aquello era un documental sobre la Expo de Bruselas de 1958, de la que ahora se cumple medio siglo y, al parecer, los belgas están celebrando la efeméride con alegría (con alegría belga, cuidado, nada de salirse de madre).
Fue una Expo importantísima, pues fue la primera que se celebró tras la Segunda Guerra Mundial, y marcó un momento de disensión en la Guerra Fría. Estos belgas, siempre tan conciliadores y diplomáticos.
Al ver aquellas grabaciones en technicolor me pregunté: ¿es que todas las "expos" se parecen? ¿Es que todas tienen formas métálicas, sinuosas, marcianas y coloreadas? ¿Todas tienen ese aire de parque de atracciones futurista? En serio, esas secuencias de Bruselas en 1958 recordaban mucho a Ranillas en 2008.
Y como con el Canal de Historia, además de sestear, se aprenden cosas, pude apreciar en su magnificencia el Atomium, el legado más importante que aquella Expo dejó en el paisaje de la capital belga. Es, como su nombre indica, un gigantesco átomo de metal, con sus protones y neutrones y las cosas que dicen que tienen los átomos, y a su vera, los bruselenses se juntan para ver conciertos y disfrutar del fenomenal parque que hoy es lo que fue el recinto de la exposición.
No sé cómo se lo tomarían sus contemporáneos, pero erigir un monumento al átomo como reclamo principal de un sarao universal en plena Guerra Fría (sí, hombre, acuérdense: el botón rojo, los refugios subterráneos, la destrucción mutua asegurada y todas esas cosillas) no me termina de parecer de buen gusto.
Pero qué sabré yo. En 1958 la gente estaba hecha de otra pasta: veían pelis de gansters, fumaban tabaco negro y bebían bourbon sin hielo y de trago. No se les asustaba con cualquier cosa.
¿Cómo nos verán dentro de 50 años? ¿Qué legado perdurará de la Expo de Ranillas? ¿Dónde celebraremos el 50 aniversario? ¿En la Torre del Agua, en el Pabellón Puente, en un recuerdo virtual de ambos edificios? ¿Pensarán los sedientos terrícolas de dentro de medio siglo, asolados por el cambio climático, que la elección del tema del agua y el desarrollo sostenible no solo fue de pésimo gusto sino de un sarcasmo inaguantable?
Habrá que ver.
PARA TODOS LOS PÚBLICOS
No negaré que las multitudes y el calor de la masa tienen su punto. Mezclarse con el mogollón, devorar decibelios y corear estribillos verbeneros puede estar bien para un rato, pero los que tenemos el temperamento tirando a asténico preferimos un rincón donde no se nos exija adhesión hitleriana a las consignas grupales. No somos de óperas, sino de recitales de cámara.
Por suerte, la Expo es para todos los públicos, pero de verdad. No es el "para todos los públicos" hueco y complaciente que en realidad quiere decir que solo es para un determinado tipo de público: familiar, pequeñoburgués, timorato, asustadizo, monocorde. La Expo se ha hecho propósito serio de ser para todos los públicos, y en lugar de aplanar sus propuestas hasta reducirlas a una mínima expresión inane, las ha diversificado. Todos los públicos están ahí, pero cada uno en su espacio. Como debe ser.
El Balcón de las Músicas se ha convertido en un refugio para uno de esos públicos que conforman el "todos los públicos" global. Hay cuatro o cinco espectáculos diarios, pero el mejor suele ser el último, pasada ya la medianoche. Para esa hora -la mejor hora para un concierto de esas características-, Chema Fernández ha escogido una serie de delicatessen sonoras que trasladan a Ranillas el espíritu de La Casa del Loco, tal y como lleva unos años haciendo en la Lonja medieval de Sos del Rey Católico con el festival Luna Lunera.
Pequeñas delicias del panorama internacional para los amantes-degustadores de músicas sinceras, sin costra comercial: una galería de artistas de culto exquisitamente escogidos que tocan todos los palos de la música popular.
Su aforo es de 400 personas, pero yo todavía no lo he visto lleno. Estamos cuatro gatos, disfrutando de la brisa (a veces, un punto huracanada: a Dayna Kurtz casi la dejan afónica la otra noche) y del espectáculo. Las mismas caras que solemos vernos en La Casa del Loco, todas sonrientes, satisfechas de que la Expo no se haya olvidado de nuestros gustos y no nos haya abandonado en medio del habitual secarral musical en el que se transforma Zaragoza en cuanto empiezan a apretar los calores.
Por ahí suele aparecer el crítico Gonzalo de la Figuera, con mucho trabajo estos días, pero feliz, porque siempre se le ve feliz en los conciertos, y por ahí asoma el comando itinerante del Colectivo Anguila, que está haciendo una serie de retratos de los artistas que pasan por el balcón hechos en el camerino, cinco minutos antes de que salten a escena. Me dijeron un día que pasara con ellos a conocer a la cantante que tocaba ese día -de la que soy fan-, pero mi timidez atávica me retuvo en el asiento, con mi cervecita en Fluvivaso.
Siempre se repite la misma mecánica: el balcón parece concurrido en el arranque del concierto, pero tras las tres primeras canciones, los curiosos que pasaban por ahí se aburren y nos quedamos los cuatro gatos incondicionales. Conciertos cuasiprivados. Supongo que serán una ruina caracolera con tan poquitos adeptos, pero la Expo solo se vive una vez. Lo tomaremos como un regalito veraniego.
Qué noches las de este año, amigos. La brisita del Ebro, una cervecita en Fluvivaso, viejos amigos y conocidos por compañía y un elenco de artistones internacionales regalándonos nuestros privilegiados oídos.
La Expo acaba de anunciar que va a crear una entrada solo para espectáculos nocturnos, más barata. Todo un acierto, porque lo que pasa en la Expo cuando se va el sol es de lo más interesante. No se me ocurre mejor sitio en Zaragoza donde disfrutar de las veladas de verano.
Disfrútenlas ustedes también.
ARQUITECTOS A LA GREÑA
El título de esta entrada podría ser una receta de antropofagia tradicional, de esas que recupera Eugenio Monesma en sus documentales, como las patatas a la greña, pero con arquitectos. Pero no, alguien intentó prepararlo una vez y el plato resultó correoso, y un discípulo de Santi Santamaría lo calificó de "prístino ejemplo de esa antropofagia pretenciosa que no queremos en nuestros restaurantes". En lo que a canibalismo se refiere, la gente prefiere comer seres más sencillos. Siento desilusionar a los que andaban buscando en Google una receta para epatar a sus amigos y han recalado en este blog, pero este artículo no va de comer arquitectos, sino que se limita a hablar de la que está cayendo en el mundo de la arquitectura a propósito del Pabellón Puente de Zaha Hadid.
En resumen, por lo que he podido saber hasta ahora, el Pabellón Puente gusta al ciudadano-paseante común y disgusta hasta el sarcasmo a los arquitectos. Quiero decir en términos generales, porque se dan casos de ciudadanos-paseantes horrorizados y de arquitectos satisfechos que aplauden hasta que se les ponen rojas las palmas de las manos. Esto ha generado una polémica entre los arquitectos, polémica que ha pasado desapercibida a los ciudadanos-paseantes, que bastante tienen con pasear y buscar una sombra en los secarrales de la Expo.
El fuego lo abrió todo un gurú de la crítica arquitectónica mundial, el británico William J. R. Curtis, autor del venerado libro La arquitectura moderna desde 1900. En un extenso y afilado artículo publicado en el suplemento Babelia de El País una semana antes de la inauguración de la Expo, se refirió a la obra de Hadid en estos términos:
"El puente es una de esas obras 'con firma' procedentes de un miembro del star system internacional y uno tiene la impresión de que procede de
otro planeta. Al ser tan excesivo en su expresionismo escultórico e impreciso en su articulación estructural y en sus detalles, hace que uno anhele una solución más sencilla y rigurosa que esté más acorde con el terreno y que, al mismo tiempo, permita a la gente disfrutar de las vistas del río. Cierto es que se supone que en este puente para peatones se van a organizar exposiciones, pero sigue siendo con exceso introvertido".
Vamos, que Mr. Curtis no dijo más porque la proverbial flema británica le conmina a encorsetar su discurso en los límites de la caballerosidad, pero queda claro que el Pabellón Puente no le ha gustado nada.
No es la única voz del mundo arquitectónico que se expresa en términos parecidos, y las críticas en los últimos meses han sido tantas que la propia Zaha Hadid, cuando vino a Zaragoza a inaugurar su obra hace un par de semanas, pidió respeto: "Yo no hablo de los puentes de otros arquitectos", declaró, como diciendo: "No me tiren de la lengua, que las gasto muy malas". No sabemos si durante la cena que disfrutó en El Fuelle -donde todo el mundo sabe que el recio vino de la tierra que sirven con generosidad en las tradicionales jarras de barro suelta la sin hueso una barbaridad- se explayó con mayor profusión. Tampoco se sabe si a Mr. Curtis le pitaron los oídos esa noche.
Al margen de lo estrictamente arquitectónico, el puente de la gran dama iraquí ha sido criticado por su sobrecoste, por su supuestamente innecesaria complejidad técnica y por la cantidad de esfuerzo suplementario que ha obligado a hacer en el dragado del Ebro para su cimentación. Las malas lenguas dicen que Ibercaja, su propietario para después de la Expo, todavía no tiene muy claro qué hacer con él, pues su complicado y sinuoso interior no permite montar un museo en condiciones. Pero yo, que soy un lego superficial que apenas tiene opinión de nada, me quedo con la broma que hacen en el blog Mi mesa cojea, donde lo comparan con un ovni. En concreto, con un ovni de una conocida serie de televisión.
A estas alturas, ¿sufren mucho por la pobre Zaha Hadid? ¿No soportan verla zaherida por las críticas inmisericordes de sus mezquinos y envidiosos colegas? Pues no padezcan más, porque ya hay un arquitecto andante que ha salido a su rescate cabalgando en su brava montura de dinteles y capiteles jónicos.
El héroe se llama Diego Fullaondo, y en una serie de artículos publicados en el portal Soitu (periódico digital elaborado por disidentes de elmundo.es) reta a duelo a quienes mancillen el honor de Zaha. Al menos, a quienes lo mancillen sin dar argumentos de peso. Al loro:
"Creo que lo que asusta tanto a los especialistas es la desbordada voluntad
expresiva del puente. Una voluntad expresiva que conforma íntegramente todos los elementos constitutivos del edificio. Estructura, instalaciones, acabados, cerramientos y por supuesto el espacio, se supeditan al impulso creativo inicial, obligando a realizar soluciones no convencionales para cada uno de los apartados. Mientras, de manera magistral, el hayedo del Pabellón de España consigue traducir su metáfora inicial a elementos tradicionales y reconocibles de la arquitectura contemporánea, el proyecto de Zaha propone una nueva definición en todo su lenguaje arquitectónico".
Fullaondo tacha de insustanciales y banales muchas de las críticas que se han hecho al Pabellón Puente. Se despacha a gusto: "Argumentaciones simplonas y tabernarias, más propias de una acalorada discusión futbolística que de cualquier otra cosa. Su profunda mediocridad, suavemente informada, les hace despreciar todo aquello que no entienden".
Vamos, que la cosa está calentita. ¿Y a vosotros, qué os parece? ¿Lo habéis visto por dentro y por fuera? ¿De día y de noche? ¿Con sol y nublado? ¿Qué os sugiere? Hablad, nos os cortéis, pues aquí está hablando todo el mundo.
Fotos: José Carlos León.