No negaré que las multitudes y el calor de la masa tienen su punto. Mezclarse con el mogollón, devorar decibelios y corear estribillos verbeneros puede estar bien para un rato, pero los que tenemos el temperamento tirando a asténico preferimos un rincón donde no se nos exija adhesión hitleriana a las consignas grupales. No somos de óperas, sino de recitales de cámara.
Por suerte, la Expo es para todos los públicos, pero de verdad. No es el "para todos los públicos" hueco y complaciente que en realidad quiere decir que solo es para un determinado tipo de público: familiar, pequeñoburgués, timorato, asustadizo, monocorde. La Expo se ha hecho propósito serio de ser para todos los públicos, y en lugar de aplanar sus propuestas hasta reducirlas a una mínima expresión inane, las ha diversificado. Todos los públicos están ahí, pero cada uno en su espacio. Como debe ser.
El Balcón de las Músicas se ha convertido en un refugio para uno de esos públicos que conforman el "todos los públicos" global. Hay cuatro o cinco espectáculos diarios, pero el mejor suele ser el último, pasada ya la medianoche. Para esa hora -la mejor hora para un concierto de esas características-, Chema Fernández ha escogido una serie de delicatessen sonoras que trasladan a Ranillas el espíritu de La Casa del Loco, tal y como lleva unos años haciendo en la Lonja medieval de Sos del Rey Católico con el festival Luna Lunera.
Pequeñas delicias del panorama internacional para los amantes-degustadores de músicas sinceras, sin costra comercial: una galería de artistas de culto exquisitamente escogidos que tocan todos los palos de la música popular.
Su aforo es de 400 personas, pero yo todavía no lo he visto lleno. Estamos cuatro gatos, disfrutando de la brisa (a veces, un punto huracanada: a Dayna Kurtz casi la dejan afónica la otra noche) y del espectáculo. Las mismas caras que solemos vernos en La Casa del Loco, todas sonrientes, satisfechas de que la Expo no se haya olvidado de nuestros gustos y no nos haya abandonado en medio del habitual secarral musical en el que se transforma Zaragoza en cuanto empiezan a apretar los calores.
Por ahí suele aparecer el crítico Gonzalo de la Figuera, con mucho trabajo estos días, pero feliz, porque siempre se le ve feliz en los conciertos, y por ahí asoma el comando itinerante del Colectivo Anguila, que está haciendo una serie de retratos de los artistas que pasan por el balcón hechos en el camerino, cinco minutos antes de que salten a escena. Me dijeron un día que pasara con ellos a conocer a la cantante que tocaba ese día -de la que soy fan-, pero mi timidez atávica me retuvo en el asiento, con mi cervecita en Fluvivaso.
Siempre se repite la misma mecánica: el balcón parece concurrido en el arranque del concierto, pero tras las tres primeras canciones, los curiosos que pasaban por ahí se aburren y nos quedamos los cuatro gatos incondicionales. Conciertos cuasiprivados. Supongo que serán una ruina caracolera con tan poquitos adeptos, pero la Expo solo se vive una vez. Lo tomaremos como un regalito veraniego.
Qué noches las de este año, amigos. La brisita del Ebro, una cervecita en Fluvivaso, viejos amigos y conocidos por compañía y un elenco de artistones internacionales regalándonos nuestros privilegiados oídos.
La Expo acaba de anunciar que va a crear una entrada solo para espectáculos nocturnos, más barata. Todo un acierto, porque lo que pasa en la Expo cuando se va el sol es de lo más interesante. No se me ocurre mejor sitio en Zaragoza donde disfrutar de las veladas de verano.
Disfrútenlas ustedes también.
1 comentarios:
No te preocupes Sergio! Después de unas cuantas fluvicervezas la tímidez pasa a un segundo plano. Te animamos a que sigas nuestro fluviconsejo.
Yiiii-jaaa.....
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