EL MERCADILLO DE LA INDIA

. 25 ago 2008


Autenticidad. Esa es la palabra. El pabellón de la India es auténtico. Porque no engaña, porque no tiene trampa ni cartón, porque lo que hay es lo que ves.

La gente que lo visita lo recorre con cara enfurruñada. ¿Ya está?, parecen decir. ¿Un póster del Taj Mahal, un tenderete con artesanía, unos tipos que te hacen masajes y tatuajes y un pequeño restaurante sencillo y sin alharacas? ¿Ni una pantallita táctil, ni un discursito sobre el agua del Ganges, ni un cacharrito interactivo con el que jugar? Así es. En la India no hay protocolos ni engañifas ni lucecitas de colores: pase, compre, coma, dese un masaje y siga su camino.

Se ven las tuberías y las tramoyas del pabellón, apenas hay decorado, y las baratijas se exponen en cajas de cartón en el suelo, como en un mercadillo callejero. A muchos puede indignarles, pero a mí me encanta. Me cautiva su aire de bazar y su absoluta falta de pretensión. En una Expo donde cada país compite con los demás como ciervos en berrea por ver quién es el más molón y quién gasta más euros en los montajes, los indios cogen un par de sillas de plástico y se sientan a ver pelis de Bollywood. Genial.

Porque eso sí que no falta: una buena pantalla de plasma con un canal de Bollywood a toda pastilla. Quédense un rato a verla: las coreografías son hipnóticas.

Lo mejor, sin duda, el restaurante, que tampoco tiene pretensión alguna. Comida sencilla del país asiático, un repertorio de sabores picantes (no mucho, en eso sí que han hecho concesiones a las papilas occidentales) acompañados por arroz basmati cocido en su punto. Y a precios populares (al menos, populares en relación con lo que se cobra en otros pabellones y chiringuitos). Los camareros destilan hospitalidad hindú y dan ganas de quedarse con ellos toda la tarde viendo pelis de Bollywood. La verdad es que se está a gusto y la cerveza india Cobra que sirven sabe fresquita y ligera.

Quizá no se ajusta a los cánones, quizá no es lo que uno espera ver en una Exposición Internacional, pero se agradece un toque de espontaneidad de mercadillo entre tanto desparrame tecnológico y de diseño.

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El asombro cotidiano de alguien que se siente turista en su propia ciudad. Armado con una cámara, el periodista de HERALDO Sergio del Molino capturará fotos y vídeos de la ciudad de la Expo (e incluso de la propia Expo) y los servirá aquí aliñados con sus balbuceos de hombre asombrado ante el progreso. A veces, en pequeñas dosis, como una tapa de anca de ranilla. Otras veces, en plato grande, hasta el hartazgo.

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