FÚTBOL Y OTRAS HISTORIAS TRISTES

. 27 jun 2008

En estos días de euforia futbolera prefinal de Eurocopa me he tropezado en la Expo con un objeto difícil de clasificar, eclipsado por las piezas que se exhiben a su alrededor. Es un objeto-símbolo, una especie de talismán que rebota en muchos huecos de la conciencia. Es un objeto que habla de fútbol, pero de un fútbol jugado por otros futbolistas muy distintos y distantes de los que se batieron el cobre el jueves pasado frente a Rusia, y de los que se lo volverán a batir el domingo frente a Alemania.


A la terca y mísera minoría a la que no nos gusta el fútbol nos cuesta comprender que pueda haber alguien a quien este deporte le haya salvado la vida, pero este objeto nos ayuda bastante a meternos en la piel de quienes así lo sienten.

El objeto en cuestión es este:


Así, sin más información, deja bastante frío. Es una cosa feúcha y sin gracia, casi de mal gusto, nada emocionante.

Se trata de un trofeo que se entregaba a los ganadores de un torneo de fútbol. Su diseño es obra de Thabo Ngcobo y su confección, de DJ Mpahlwa. No es una antigüedad (es de comienzos de los ochenta) y sus materiales son pobretones. Y, sin embargo, tiene un enorme valor. Porque Thabo Ngcobo y DJ Mpahlwa eran prisioneros políticos en la siniestra Isla de Robben, una especie de Alcatraz sudafricana, 12 kilómetros mar adentro de la costa de Ciudad del Cabo, donde el régimen del apartheid encerraba a los negros díscolos. Allí cumplió condena Nelson Mandela.

Para no sucumbir al tedio ni al desánimo, los presos organizaban torneos de fútbol, y este sencillo trofeo era el premio que recibían los vencedores. Hoy se puede ver en la Expo, en la sala de la República Sudafricana del pabellón del África Subsahariana.

Es un objeto heroico, que se engrandece más cuando el visitante se da cuenta de que forma parte de la campaña de promoción del Mundial de Fútbol de 2010, que se celebrará en Sudáfrica (y que publicitan en la Expo). Nacido de la desesperación de un puñado de hombres valientes que forzaron la caída de uno de los más ignominiosos regímenes racistas del planeta, ese humilde trozo de madera resume el orgullo y los deseos de un pueblo por centrar la atención del mundo. Por centrarla en sus logros, no en sus miserias.

¿Quién dijo que en la Expo solo se aprenden cosas del agua y sus liquideces? Al sentarme al ordenador, consulto al oráculo de Google para saber más sobre la Isla de Robben, que durante unos años ocupó todos los titulares de la prensa internacional, por la tristemente famosa brutalidad de sus carceleros y por la relevancia de uno de sus inquilinos, Nelson Mandela.

Hoy felizmente desocupada, como tantos otros centros de detención del mundo (Alcatraz, los campos de concentración nazis...), solo es una inofensiva atracción turística para los visitantes de Ciudad del Cabo. Un ferry te lleva allí en un paseo y, una vez dentro, se puede recorrer siguiendo el itinerario del Museo de la Isla de Robben en el que se ha convertido. Allí te cuentan que la isla ha sido usada como centro penitenciario desde que se estableció la colonia de Ciudad del Cabo, y en una visita que pretende ser escalofriante, aleccionadora y didáctica, te enseñan el legado de un tiempo espantoso que los sudafricanos quieren dejar definitivamente atrás.

Jugar al fútbol allí debía de ser la única forma que muchos de los prisioneros encontraron para seguir sintiendo su humanidad, que es un sentimiento que se diluye con facilidad de azucarillo cuando los tiranos aprietan fuerte. Quizá ganar ese trofeo era para ellos más importante que para la selección española ganar la final contra Alemania. Porque ellos no jugaban por una bandera, ni por unos euros, ni por una carrera profesional. Ellos jugaban por su vida.



Hay un documental de la BBC titulado Voces de la Isla de Robben, del cual os puedo ofrecer diez minutos (en inglés):


Son cientos las sorpresas que esconde la Expo. En Ranillas hay mil hilos de los que tirar. A ver si deshacemos unas cuantas madejas en este blog.

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El asombro cotidiano de alguien que se siente turista en su propia ciudad. Armado con una cámara, el periodista de HERALDO Sergio del Molino capturará fotos y vídeos de la ciudad de la Expo (e incluso de la propia Expo) y los servirá aquí aliñados con sus balbuceos de hombre asombrado ante el progreso. A veces, en pequeñas dosis, como una tapa de anca de ranilla. Otras veces, en plato grande, hasta el hartazgo.

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