No sean tópicos, por favor. Guarden el descorche del cava para Nochevieja y dejen los canapés para la recepción del embajador. Ni brindis ni trajes de gala. Para celebrar la inauguración de la Expo, lo más apropiado es un atracón de ancas de rana. O de ranilla, si quieren. Porque yo soy de buen comer y los diminutivos me saben a poco: si como ranillas en vez de ranas parece que no estoy comiendo nada.
Seguro que a Miguel Ángel Arrudi, que ha llenado las riberas del meandro de Ranillas de simpáticas ranillas, valga la ranancia, le encanta la idea. Seguro que se pondría tibio de ancas, y con los huesos mondos y lirondos construiría una nueva obra: un Pabellón Puente de huesos o una Torre del Agua de cartílagos.
Yo quiero celebrar el comienzo de la Expo zampándome con mis amigos una fuente de ancas de rana, pero parece que la cosa no es tan sencilla como parece. Como no vaya a una charca del meandro de Ranillas y... No, que ya no hay charcas allí. Si acaso, charcos, pero no me llevaría a la boca nada que chapotee en el suelo de la Expo, por muy limpio que lo hayan dejado tras la crecida.
Como no soy un niño de Amarcord, no sabía dónde cazar ranas, así que salí a comprarlas. Pero, ¿dónde? La dependienta del desabastecido Mercadona de al lado de mi casa me miró con asco y recelo cuando le pregunté. “¿Que dónde están las qué? No tenemos ni naranjas, como para tener cerdadas de esas”. Salí de allí dando brincos cual sapo antes de que el guarda de seguridad me echara por guarro e impertinente.
Habría que buscar en establecimientos más especializados.
Como no sé si las ancas de rana son carne o pescado (¡maldita ambigüedad anfibia!), primero fui a una carnicería de barrio. Noté cómo el carnicero apretaba con fuerza el mango del imponente hacha descuartizadora. “¿Es una broma? ¿No tienes otra cosa que hacer que venir a tomarme el pelo, con la que está cayendo?”. Luego dijo unas cuantas cosas que un caballero no puede reproducir, y me invitó a salir de su local.
Sin caer en el desánimo, busqué una pescadería. La pescadera, que tenía un aire a lo Sofía Loren, se rascó la cabeza, pensativa. Quise afearle lo poco higiénico de su gesto, pero su amabilidad me echó para atrás. “Prueba en el Mercado Central”, me dijo. “Si allí no hay, no sé dónde puede haber”.
Pero nada, no hubo caso. En el Mercado Central solo querían hablar del Plata. Todas las vendedoras que fueron vedettes en sus tiempos insistían en hacerme un número, el número de las ancas de rana, así que aproveché que Bigas Luna pasaba por allí para distraer su atención y salir huyendo.
Consulté al oráculo, al maestro de gourmets, a nuestro crítico gastronómico José Luis Solanilla. "Uf, quizá en El Corte Inglés...", entonó, quejoso. Por supuesto, tampoco había en El Corte Inglés. El problema de las ancas de ranillas, me dijeron, es que en España la mayoría de los anfibios son especies protegidas, así que su carne se exporta desde mercados asiáticos. ¿Cómo es posible? ¿Cómo un manjar tan nuestro, que incluso aparece en los tebeos de Mortadelo y Filemón, ha desaparecido así?
De acuerdo, no las podré cocinar en casa, pero en algún sitio de la Inmortal Ciudad tenían que servirlas con amor. Tras una somera investigación y una consulta a una compañera que tiene un hermano cocinero, recalé en uno de los poquísimos establecimientos que sirven ancas de ranillas en la ciudad: la castiza marisquería Belanche, en la calle Don Jaime.
A la chica que me las sirvió no le gustan. Padece una aversión muy generalizada. "Estas vienen de China -me explicó-, pero los mayores dicen que saben igual que las que comían en su juventud". No sé como serían aquellas, pero estas tienen un delicado sabor que recuerda al del pollo. En Belanche las hacen fritas con un fino rebozado en raciones como la de esta foto. Se comen como si fueran pipas: sin parar.
Seguro que hay alguna tasca zaragozana más donde preparan este manjar. No desesperen: se puede celebrar la inauguración de la Expo como la Expo de Ranillas merece. Así que ya saben, vayan a una de esas tascas, pidan un vino blanco fresquito o una cañita de cerveza, acódense en la barra, levanten el anca recién frita -la de la ranilla, no la suya- y cómanla como una ofrenda pagana por el éxito de la Expo que ahora empieza.
Les deseo una feliz Expo y les doy la bienvenida a este rincón de crónicas desmadejadas y balbuceantes donde encontrarán parte de la intrahistoria de la ciudad en estos ilusionantes y revueltos tiempos. Gracias por leer.
3 comentarios:
Creo que también hay ancas en un bar de la calle Heroísmo. A mí no me gustan nada, así que celebraré la Expo con sidrina.
Enhorabuena por el blog.
A estas alturas ya habrás deducido dónde se pueden comprar. Sí, en los supermercados de chinos. Al menos en el de la calle Marcial. Y sí, me pagan comisión.
en los Cabezudos comí por primera y última vez
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