En un mes, los enamorados se dan cuenta de que lo están. Ya ha pasado todo un mes, se dicen, asombrados de querer seguir viéndose.
En un mes, el pan Bimbo se pone verde y hay que tirar las rebanadas sin comer. Madre mía, si creía que lo compré ayer, no puede haber pasado todo un mes, nos decimos.
En un mes, Philleas Fogg debía andar ya cerca de la India, a punto de salvar a la princesa viuda a la que iban a quemar con el cadáver de su marido (¿o eso solo pasó en la serie de dibujos animados?).
En un mes se puede leer una novela de las gordas, clasicorras y densas. La montaña mágica, de Thomas Mann, por ejemplo. O Los demonios, de Dostoievski. O El Rojo y el Negro, de Stendhal. Y se puede acabar el mes cerrando el libro con fuerza y diciendo: ¿cómo me ha podido costar un mes entero leerme esto?
En un mes se pueden perder cinco kilos a base de ensaladas, y mirarse en el espejo diciendo: estoy hecho un figurín.
En un mes también se pueden ganar esos cinco kilos a base de pucheros de la abuela.
En un mes nos fundimos una nómina y esperamos la siguiente como agua de mayo.
En un mes emborronamos treinta páginas de agenda, y cuando las repasamos no entendemos ni la mitad de las cosas que apuntamos en ellas, y nos decimos: ¿en qué he empleado este mes?
En un mes nos aprendemos de memoria una ciudad, y también nos hartamos de ella.
En un mes nos ponemos morenos y le damos vida a esa piel blancuzca e invernal.
Un mes no es nada, pero en él puede pasar de todo.
En un mes, una ciudad se puede transformar hasta que no la reconozcan ni sus hijos.
Ha pasado un mes. El primero de los tres que dura la Expo, y en ese mes, la Expo también ha cambiado. Se han acumulado muchas quejas, pero poco a poco, se van subsanando. Todos los zaragozanos y los visitantes sabían que organizar un sarao semejante era muy complicado, y no hay ensayos generales, por más que se invitara a unos pocos miles de zaragozanos a darse un garbeo por Ranillas un par de días antes de la inauguración.
Había cosas imprevisibles y otras que podrían haberse previsto, pero en su conjunto, las cosas se van ajustando. Creo que la Expo mejora conforme avanza: la experiencia es clave en este tipo de asuntos.
Eso sí, hay cosas que tienen difícil solución. Las filas, muy especialmente. Habrá que resignarse a ellas.
Y, sobre todo, habrá que enviar un abrazo a los miembros de Ojalá Entretenimiento, deseando que su compañero se recobre pronto y bien del accidente que sufrió la semana pasada y que podamos ver Hombre vertiente de nuevo, porque, sin duda, era una de las mejores propuestas escénicas de la Expo.
Quedan todavía dos meses por delante, y en este blog solo se han apuntado algunas de las muchas cosas de las que esta ciudad está dando que hablar. Ustedes me perdonarán, pero a pesar de la Expo, yo me voy de vacaciones, y este blog echa el cierre durante cuatro semanas. Otros hablarán de lo que aquí se habla, y seguro que lo hacen con mucha más gracia y salero. Muchas gracias a los que habéis leído y comentado alguna cosilla. Podéis seguir haciéndolo en cualquiera de los 20 artículos publicados hasta el momento. Yo os veré de nuevo el 13 de agosto. Hasta entonces, disfrutad de la Expo y de la vida.
EN UN MES...
ROCK EN EL APARCAMIENTO
ADIÓS, SERGIO ALGORA
DEL SUSPENSO AL SOBRESALIENTE
Supongo que pasará en todos los saraos internacionales en los que se imponga a los participantes un pie forzado (en este caso, por si no se habían enterado, el pie forzado es el agua). Se parece mucho a una clase escolar que tiene que hacer un ejercicio sobre un tema. Hay alumnos que siguen a rajatabla el pie forzado, tanto, que resultan planos e insustanciales. Son correctos aunque sosos, el profesor no puede suspenderles, pero tampoco puede ponerles una nota muy alta. Los hay que se limitan a cubrir el expediente, salvando los muebles de forma chapucera e improvisada. Estos están al borde del suspenso. Otros alumnos se pasan el pie forzado por el forro y escriben lo que les da la gana, porque ellos están en la clase sin interés por lo que se hace en ella. Algunos miembros de este grupo pueden salvarse del suspenso en función de la jeta que le echen: si su desparpajo y cara dura son medianamente ingeniosos y hacen gracia al profesor puede que se libren.





DOCTOR JEKYLL Y MR. HYDE
La Expo, ya se habrán dado cuenta, es como Jekyll y Hyde. Jekyll de día y Hyde de noche. Al principio, creía que la transformación se debía al brebaje cervecil que se consume en Fluvivaso, pero ahora me inclino a pensar que la poción mágica es la sidra de pera que sirven en el pabellón de Lituania. Pruébenla y me cuentan qué tal.
Ya sé que en la novela de Stevenson Jekyll es un respetado burgués londinense, un docto caballero que fuma en pipa y lee junto al fuego. Pero vivimos donde vivimos, y Jekyll solo puede ser un señor de mediana edad, con pantalones cortos (cómodos y frescos para la solana) que viaja con una corte de variada extensión. La versión más reducida de esa corte es la compuesta en exclusiva por su señora, y la más amplia, por su señora, numerosa prole (desde el adolescente enfurruñado al criejo saltarín), padres, suegros y cuñados.
Jekyll calza chancletas y una camisa de manga corta, la misma que luce otros veranos en Salou a la caída de la tarde, cuando toca tomar la cerveza vespertina en el paseo. Jekyll es socarrón, le escandalizan los precios de algunas cosas (de casi todas, para qué engañarse) y disfruta de lo majo que está todo. Jekyll le da a la Expo ese aire diurno tan de andar por casa, tan entrañable, tan pachanguero, tan de vermú de pueblo.
Pero, cuando cae la noche, en la Expo reina Hyde.
Este Hyde tampoco es el Hyde de Stevenson. No asesina, no da miedo, no se escurre por los antros y callejones del East End. Este Hyde es algo más joven que Jekyll. Viste informal, pero procura dar el pego y con un toque de modernidad. A las once de la noche, mientras Jekyll, desfondado y roto de recorrer pabellones, se retira a un merecido descanso, Hyde entra en Ranillas más fresco que un pimpollo. Se cruza con Jekyll, que arrastra los pies, y le sonríe desde su frescura noctámbula.
Hyde pasa de los pabellones y pide una cerveza. Ronda el Balcón de las Músicas, el Auditorio, cualquier rincón donde se escuche música y se pueda alternar. Se apoltrona en la terraza del Acuario con un cóctel de 20 euros en la mano, ligotea con una congénere en un recoleto banco a la orilla del Ebro o ataca un plato de sushi, palillos en ristre, en el restaurante de Japón (muy recomendable, por cierto: pidan un sushi lo más variado posible y gozarán tanto que no les dolerá mucho la cuenta).
Hyde tiene pase pernocta y disfruta de esa Expo nocturna con otros ritmos menos familiares que los diurnos.
Había un canal de televisión por cable que emitía videoclips de música comercial por el día y rock and roll algo más cañero y alternativo por la noche. El lema del canal era (leer con voz de locutor británico): "Smooth by day, rock by night" (tranquilo de día, rockero de noche). Así es Ranillas también.
Tenemos dos Expos en una, y en ninguna hay Fluvis. Yo, la verdad, lo agradezco: siempre he compadecido a quienes tienen que embutirse en esos trajes de mascota, y más con esta chicharrina.
Elijan con cual se quedan. O hagan como yo y no elijan: aprendan a disfrutar de ambas. No dejen que les obliguen a decir si quieren más a papá o a mamá.
DENTRO DE 50 AÑOS
Estaba en un duermevela de sofá viendo un documental del Canal de Historia (que para sestear sirven tanto como los de La 2), y al abrir el ojo legañoso vi un recinto familiar: un teleférico, carcasas de ovni parecidas a las plazas temáticas y gente paseando con garbo y entrando y saliendo maravillada de pabellones con nombres de países.
Dios mío, ¿tanto he dormido?, me pregunté. ¿Ya han pasado cien años y estoy viendo un documental histórico sobre la Expo? Me froté los ojos maldiciendo mi proverbial sueño profundo y me fijé en las imágenes. Sí, se parecía todo mucho a la Expo. Muchísimo, pero la gente vestía raro. Parecían figurantes de una peli de gansters, con unos peinados anticuadísimos y unos modelitos del Pleistoceno. Le di volumen y enseguida me enteré de que aquello era un documental sobre la Expo de Bruselas de 1958, de la que ahora se cumple medio siglo y, al parecer, los belgas están celebrando la efeméride con alegría (con alegría belga, cuidado, nada de salirse de madre).
Fue una Expo importantísima, pues fue la primera que se celebró tras la Segunda Guerra Mundial, y marcó un momento de disensión en la Guerra Fría. Estos belgas, siempre tan conciliadores y diplomáticos.
Al ver aquellas grabaciones en technicolor me pregunté: ¿es que todas las "expos" se parecen? ¿Es que todas tienen formas métálicas, sinuosas, marcianas y coloreadas? ¿Todas tienen ese aire de parque de atracciones futurista? En serio, esas secuencias de Bruselas en 1958 recordaban mucho a Ranillas en 2008.
Y como con el Canal de Historia, además de sestear, se aprenden cosas, pude apreciar en su magnificencia el Atomium, el legado más importante que aquella Expo dejó en el paisaje de la capital belga. Es, como su nombre indica, un gigantesco átomo de metal, con sus protones y neutrones y las cosas que dicen que tienen los átomos, y a su vera, los bruselenses se juntan para ver conciertos y disfrutar del fenomenal parque que hoy es lo que fue el recinto de la exposición.
No sé cómo se lo tomarían sus contemporáneos, pero erigir un monumento al átomo como reclamo principal de un sarao universal en plena Guerra Fría (sí, hombre, acuérdense: el botón rojo, los refugios subterráneos, la destrucción mutua asegurada y todas esas cosillas) no me termina de parecer de buen gusto.
Pero qué sabré yo. En 1958 la gente estaba hecha de otra pasta: veían pelis de gansters, fumaban tabaco negro y bebían bourbon sin hielo y de trago. No se les asustaba con cualquier cosa.
¿Cómo nos verán dentro de 50 años? ¿Qué legado perdurará de la Expo de Ranillas? ¿Dónde celebraremos el 50 aniversario? ¿En la Torre del Agua, en el Pabellón Puente, en un recuerdo virtual de ambos edificios? ¿Pensarán los sedientos terrícolas de dentro de medio siglo, asolados por el cambio climático, que la elección del tema del agua y el desarrollo sostenible no solo fue de pésimo gusto sino de un sarcasmo inaguantable?
Habrá que ver.
PARA TODOS LOS PÚBLICOS
No negaré que las multitudes y el calor de la masa tienen su punto. Mezclarse con el mogollón, devorar decibelios y corear estribillos verbeneros puede estar bien para un rato, pero los que tenemos el temperamento tirando a asténico preferimos un rincón donde no se nos exija adhesión hitleriana a las consignas grupales. No somos de óperas, sino de recitales de cámara.
Por suerte, la Expo es para todos los públicos, pero de verdad. No es el "para todos los públicos" hueco y complaciente que en realidad quiere decir que solo es para un determinado tipo de público: familiar, pequeñoburgués, timorato, asustadizo, monocorde. La Expo se ha hecho propósito serio de ser para todos los públicos, y en lugar de aplanar sus propuestas hasta reducirlas a una mínima expresión inane, las ha diversificado. Todos los públicos están ahí, pero cada uno en su espacio. Como debe ser.
El Balcón de las Músicas se ha convertido en un refugio para uno de esos públicos que conforman el "todos los públicos" global. Hay cuatro o cinco espectáculos diarios, pero el mejor suele ser el último, pasada ya la medianoche. Para esa hora -la mejor hora para un concierto de esas características-, Chema Fernández ha escogido una serie de delicatessen sonoras que trasladan a Ranillas el espíritu de La Casa del Loco, tal y como lleva unos años haciendo en la Lonja medieval de Sos del Rey Católico con el festival Luna Lunera.
Pequeñas delicias del panorama internacional para los amantes-degustadores de músicas sinceras, sin costra comercial: una galería de artistas de culto exquisitamente escogidos que tocan todos los palos de la música popular.
Su aforo es de 400 personas, pero yo todavía no lo he visto lleno. Estamos cuatro gatos, disfrutando de la brisa (a veces, un punto huracanada: a Dayna Kurtz casi la dejan afónica la otra noche) y del espectáculo. Las mismas caras que solemos vernos en La Casa del Loco, todas sonrientes, satisfechas de que la Expo no se haya olvidado de nuestros gustos y no nos haya abandonado en medio del habitual secarral musical en el que se transforma Zaragoza en cuanto empiezan a apretar los calores.
Por ahí suele aparecer el crítico Gonzalo de la Figuera, con mucho trabajo estos días, pero feliz, porque siempre se le ve feliz en los conciertos, y por ahí asoma el comando itinerante del Colectivo Anguila, que está haciendo una serie de retratos de los artistas que pasan por el balcón hechos en el camerino, cinco minutos antes de que salten a escena. Me dijeron un día que pasara con ellos a conocer a la cantante que tocaba ese día -de la que soy fan-, pero mi timidez atávica me retuvo en el asiento, con mi cervecita en Fluvivaso.
Siempre se repite la misma mecánica: el balcón parece concurrido en el arranque del concierto, pero tras las tres primeras canciones, los curiosos que pasaban por ahí se aburren y nos quedamos los cuatro gatos incondicionales. Conciertos cuasiprivados. Supongo que serán una ruina caracolera con tan poquitos adeptos, pero la Expo solo se vive una vez. Lo tomaremos como un regalito veraniego.
Qué noches las de este año, amigos. La brisita del Ebro, una cervecita en Fluvivaso, viejos amigos y conocidos por compañía y un elenco de artistones internacionales regalándonos nuestros privilegiados oídos.
La Expo acaba de anunciar que va a crear una entrada solo para espectáculos nocturnos, más barata. Todo un acierto, porque lo que pasa en la Expo cuando se va el sol es de lo más interesante. No se me ocurre mejor sitio en Zaragoza donde disfrutar de las veladas de verano.
Disfrútenlas ustedes también.