Ayer domingo se vivió el gran día soriano en la Expo, con ese enorme concierto de Ana Belén, Víctor Manuel, Urrutia y Nuevo Mester de Juglaría (¿me dejo a alguien? Seguro que sí, soy muy despistado, no me lo tengan en cuenta) en el que se invocó al fantasma de un poeta que no era soriano pero que se dejó el alma en la ciudad del Duero, Antonio Machado.
En realidad, Soria lleva unos días dejándose ver mucho en la Expo, con una programación variada e interesante, y hay que alegrarse de que así sea. La Expo se habría quedado coja sin la presencia de la provincia vecina. Al fin y al cabo, Zaragoza es la ciudad soriana más grande: hay más oriundos de la provincia castellana viviendo en la capital aragonesa que en Soria.
¿Se imaginan un relato de Nueva York que prescindiese de su herencia italiana, con su mafia y sus restaurantes; o que uno de Buenos Aires silenciase a sus gallegos, o una novela de Marsé en una Barcelona sin andaluces, murcianos y aragoneses -es decir, sin charnegos-? Pues una Zaragoza sin sorianos se quedaría igual de coja, pero parece que nadie se termina de dar cuenta.
Lo cierto es que yo también me he sorprendido de este protagonismo soriano en Ranillas. Y supongo que no seré el único que no repara habitualmente en esa presencia soriana, aunque en la misma redacción donde trabajo haya algunos ejemplares notables de "homo sorianensis". Es lo que pasa cuando no se tiene un acento llamativo, ni una lengua propia, ni otros rasgos "diferenciales". Si en vez de sorianos fueran andaluces, Zaragoza celebraría el Rocío como en Nueva York se celebra el "Columbus Day", tradicional jornada de reafirmación italoamericana. Pero como al tacto, a la vista y al oído, un soriano apenas se diferencia de un zaragozano con pedigrí, su presencia pasa desapercibida.
Pero haberlos, haylos. La comunidad soriana en Zaragoza está integrada por decenas de miles de discretos trabajadores: la capital aragonesa era el foco urbano más accesible para quienes huyeron del campo buscando una oportunidad laboral en la ciudad, y en sus calles acabaron echando raíces. Tanto, que si el mundo del fútbol fuera de otra forma, el ascenso del Numancia a Primera División podría compensar un poco (un poco, solo un poco, no empiecen a sulfurarse) el descenso del Zaragoza a Segunda.
Ayer los sorianos disfrutaron de su gran fiesta. Quizá es el primer gran homenaje que su ciudad de acogida les concede, y debería ser el primero de muchos. A través de los sorianos trasplantados a Zaragoza, los versos de Machado parecen hablarle también al Ebro. Con lo que le gustaban los ríos al viejo poeta del 98, que los usaba como metáfora universal y clásica del discurrir de nuestras vidas, que se escapan cuesta abajo sin que lleguemos a entenderlas. Seguro que a Machado le hubiera gustado pasear por las nuevas riberas del Ebro. Seguro que le habrían inspirado unos versos.
Una ciudad no está hecha de esencias ni de fundaciones puras. Una ciudad está hecha de suciedad, de todas las deposiciones que la historia y sus habitantes han dejado en ella. Ése es el poso de los siglos, que está lleno de mugre y de capas. Y es esa mugre la que toda ciudad sana y jolgoriosa debe reivindicar. Por encima de mitos fundacionales y de prístinas hazañas, una ciudad se compone de muchas ciudades, encabalgadas unas en otras, hasta crear la personalidad multiforme y enmarañada que percibe el paseante. Sin mezcla y sin cruce de legados las ciudades se mueren en su propio aburrimiento, se convierten en "burgos podridos".
Zaragoza, que no es ni por asomo uno de esos burgos podridos, hace bien en reivindicar las varias Zaragozas que se ensucian y contaminan entre sí. Una de las Zaragozas posibles es la Zaragoza soriana, y al resto de Zaragozas posibles les está sentando muy bien reencontrarse con ella. Ya saben que sólo somos capaces de reconocernos en el otro, es el único espejo posible.
Si los neoyorquinos se sienten irlandeses el día de San Patricio, los zaragozanos podemos sentirnos sorianos por un día también. Yo voy a untarme una buena rebanada de mantequilla soriana y a zamparme una torta del Beato de las que hacen en El Burgo de Osma y unas paciencias de Almazán para celebrarlo. A su salud.
ZARAGOZA, CIUDAD SORIANA
¿ALIANZA DE CIVILIZACIONES?
DE CINE
¿Cine en la Expo? No hay mucho, aunque tampoco lo esperaba nadie. En eso, sigue el ejemplo de la ciudad anfitriona, un secarral para los cinéfilos donde se alternan las noticias sobre el cierre de salas históricas con las que anuncian la apertura de monstruosidades suburbanas para estrenos inanes y pretendidamente "para todos los públicos" (ya escribí en este blog una entrada sobre el significado de ese cliché. Reléanlo pinchando aquí, si lo desean). Pero en Ranillas, si uno escarba un poquito, encuentra pequeñas gemas, de brillo débil, aunque apreciable. Lo mismo sucede en Zaragoza: en cuanto se escarba un poco en la arena del secarral, el agua brota. Sin la fuerza de un géiser, claro, pero lo bastante como para refrescar al cinéfilo sediento.
CUATRO HORAS
EL MERCADILLO DE LA INDIA
AHÍ HICE YO LA MILI
Pilar Estopiñá ha cogido la mala costumbre de invitarme a la tertulia de Amanece en la Expo, el programa que presenta desde el set de ZTV en Ranillas, y esta mañana, mucho antes de que el accidente de Barajas nos quitara las ganas de reír a todos, Javier Miravete, que compartía mesa de debate conmigo, quitó hierro a lo que yo contaba en el post anterior sobre los turistas. "No es para tanto", vino a decir, y subrayó el dato de que solo un 6% de los visitantes de la Expo son extranjeros.
Por supuesto que no es para tanto y por supuesto que ese 6% es un porcentaje ridículo, algo que deberían hacerse mirar en Expoagua, porque no dice nada bueno de la proyección internacional de la muestra internacional (valga el cosmopolitismo), pero mantengo y sostengo que lo que se está viviendo en este agosto que agoniza entre bandazos de cierzo no es ni medio normal. ¿Cuándo habíamos visto a tanto turista por Independencia con su mapita desplegado? De acuerdo, no vienen de Estocolmo ni de Londres y en su mayoría son señores de Albacete o de Barcelona o de Cantabria. Pero es que todo no puede ser. No se puede pasar de la nada absoluta a ser un punto de referencia del turismo mundial. Empecemos por casa, alegrémonos de que al fin el resto de España considera que merece la pena visitar la ciudad que durante tanto tiempo ha ignorado. Si esta afluencia turistera sirve para que se vayan olvidando algunos de los tópicos casposos que pesan sobre Zaragoza (y sobre Aragón en general), bienvenidos sean.
Porque no se me pongan estupendos. No necesito ser cáustico para recordarles a todos que Zaragoza es una completa desconocida en España. Muy pocos saben algo de ella, más allá de que hay una "Pilarica" y de que sus habitantes construyen los diminutivos en "ico" y se llaman "mañicos".
Aunque lo que más pesa es lo castrense. "¿Dónde vive usted, en Zaragoza? ¡Hombre, si allí hice yo la mili!". La de veces que he escuchado esta frase. Con variantes, porque en Zaragoza también pudo hacer la mili un padre, un tío, un hermano, un novio o un amigote perdido en la bruma de los años. Eso es Zaragoza: la ciudad donde se hacía la mili. En fin, algo es algo, menos da una piedra (del Ebro), y gracias a la presencia militar, miles de españoles mantienen una vinculación sentimental profunda con la capital aragonesa. Pero hace años que la mili dejó de existir, y la cantinela de Zaragoza como "ciudad-en-la-que-se-hace-la-mili" empieza a ser un hábito de personas mayores. Los jóvenes españoles ya no tienen esa vinculación con Zaragoza.
Por suerte (sí, creo que es una suerte ser conocido por asuntos culturales antes que por el poderío militar, y muchos convendrán conmigo en eso), para los jóvenes españoles Zaragoza está ligada a otras historias. Es la ciudad de Bunbury, de Amaral, de Los Violadores del Verso. Una ciudad mítica que forjó las carreras de esos ídolos de masas. Pero sigue pesando la otra imagen, la heredada. Los prejuicios sobre Zaragoza como una polvorienta, ventosa y sórdida ciudad provinciana siguen vivos, créanme. Lo he visto en las caras de muchos amigos de Madrid a los que he descubierto una Zaragoza que no esperaban y que han recibido casi hasta con pasión.
En general, Zaragoza gusta al visitante. ¿Cómo no va a gustar? Se tapea estupendamente, sus bares son variados y acogedores, los paseos, gratos, y la historia, apasionante. Especialmente, cuando el relato histórico abandona los grandes tópicos y se adentra por carreteras secundarias: las que llevan a las retorcidas calles del Gancho o a la trasera de la Seo. Pero esa Zaragoza no aparece en el imaginario de los españoles. Para la mayoría, la palabra "modernidad" está reñida con la imagen que tienen de la capital aragonesa. Por eso creo que muchos españoles, gracias a la Expo, están descubriendo una ciudad que no esperaban encontrar.
¿Qué más da que no vengan extranjeros? A mí, por lo menos, me da igual de momento. Me conformo con que, la próxima vez que baje a visitar a mis amigos andaluces, la gente no se refiera a mi ciudad con las cuatro frases de gañán a las que me tienen acostumbrado. Espero que cuando vaya a Málaga, a Santander, a Gerona, a Alicante o a Badajoz, la gente me diga que estuvo en Zaragoza y que le gustó, que disfrutó de una ciudad moderna y abierta cuyas ricas y muy profundas raíces no la han impedido crecer y mirar a otros horizontes. Espero que la Expo termine con la época de los soldaditos y de la gente que hizo la mili. ¿Pido demasiado?