AHÍ HICE YO LA MILI

. 20 ago 2008

Pilar Estopiñá ha cogido la mala costumbre de invitarme a la tertulia de Amanece en la Expo, el programa que presenta desde el set de ZTV en Ranillas, y esta mañana, mucho antes de que el accidente de Barajas nos quitara las ganas de reír a todos, Javier Miravete, que compartía mesa de debate conmigo, quitó hierro a lo que yo contaba en el post anterior sobre los turistas. "No es para tanto", vino a decir, y subrayó el dato de que solo un 6% de los visitantes de la Expo son extranjeros.

Por supuesto que no es para tanto y por supuesto que ese 6% es un porcentaje ridículo, algo que deberían hacerse mirar en Expoagua, porque no dice nada bueno de la proyección internacional de la muestra internacional (valga el cosmopolitismo), pero mantengo y sostengo que lo que se está viviendo en este agosto que agoniza entre bandazos de cierzo no es ni medio normal. ¿Cuándo habíamos visto a tanto turista por Independencia con su mapita desplegado? De acuerdo, no vienen de Estocolmo ni de Londres y en su mayoría son señores de Albacete o de Barcelona o de Cantabria. Pero es que todo no puede ser. No se puede pasar de la nada absoluta a ser un punto de referencia del turismo mundial. Empecemos por casa, alegrémonos de que al fin el resto de España considera que merece la pena visitar la ciudad que durante tanto tiempo ha ignorado. Si esta afluencia turistera sirve para que se vayan olvidando algunos de los tópicos casposos que pesan sobre Zaragoza (y sobre Aragón en general), bienvenidos sean.

Porque no se me pongan estupendos. No necesito ser cáustico para recordarles a todos que Zaragoza es una completa desconocida en España. Muy pocos saben algo de ella, más allá de que hay una "Pilarica" y de que sus habitantes construyen los diminutivos en "ico" y se llaman "mañicos".

Aunque lo que más pesa es lo castrense. "¿Dónde vive usted, en Zaragoza? ¡Hombre, si allí hice yo la mili!". La de veces que he escuchado esta frase. Con variantes, porque en Zaragoza también pudo hacer la mili un padre, un tío, un hermano, un novio o un amigote perdido en la bruma de los años. Eso es Zaragoza: la ciudad donde se hacía la mili. En fin, algo es algo, menos da una piedra (del Ebro), y gracias a la presencia militar, miles de españoles mantienen una vinculación sentimental profunda con la capital aragonesa. Pero hace años que la mili dejó de existir, y la cantinela de Zaragoza como "ciudad-en-la-que-se-hace-la-mili" empieza a ser un hábito de personas mayores. Los jóvenes españoles ya no tienen esa vinculación con Zaragoza.

Por suerte (sí, creo que es una suerte ser conocido por asuntos culturales antes que por el poderío militar, y muchos convendrán conmigo en eso), para los jóvenes españoles Zaragoza está ligada a otras historias. Es la ciudad de Bunbury, de Amaral, de Los Violadores del Verso. Una ciudad mítica que forjó las carreras de esos ídolos de masas. Pero sigue pesando la otra imagen, la heredada. Los prejuicios sobre Zaragoza como una polvorienta, ventosa y sórdida ciudad provinciana siguen vivos, créanme. Lo he visto en las caras de muchos amigos de Madrid a los que he descubierto una Zaragoza que no esperaban y que han recibido casi hasta con pasión.

En general, Zaragoza gusta al visitante. ¿Cómo no va a gustar? Se tapea estupendamente, sus bares son variados y acogedores, los paseos, gratos, y la historia, apasionante. Especialmente, cuando el relato histórico abandona los grandes tópicos y se adentra por carreteras secundarias: las que llevan a las retorcidas calles del Gancho o a la trasera de la Seo. Pero esa Zaragoza no aparece en el imaginario de los españoles. Para la mayoría, la palabra "modernidad" está reñida con la imagen que tienen de la capital aragonesa. Por eso creo que muchos españoles, gracias a la Expo, están descubriendo una ciudad que no esperaban encontrar.

¿Qué más da que no vengan extranjeros? A mí, por lo menos, me da igual de momento. Me conformo con que, la próxima vez que baje a visitar a mis amigos andaluces, la gente no se refiera a mi ciudad con las cuatro frases de gañán a las que me tienen acostumbrado. Espero que cuando vaya a Málaga, a Santander, a Gerona, a Alicante o a Badajoz, la gente me diga que estuvo en Zaragoza y que le gustó, que disfrutó de una ciudad moderna y abierta cuyas ricas y muy profundas raíces no la han impedido crecer y mirar a otros horizontes. Espero que la Expo termine con la época de los soldaditos y de la gente que hizo la mili. ¿Pido demasiado?

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho este post, del Molino. Y algún guiri también se ve, eh, todo hay que decirlo. Enrique.
P.D.: Me dispongo a verificar la palabra que empieza por kkx. ¡Por Dios, qué mal gusto! ¿Qué es esto: una censura del porno?

¿De qué va este blog?

El asombro cotidiano de alguien que se siente turista en su propia ciudad. Armado con una cámara, el periodista de HERALDO Sergio del Molino capturará fotos y vídeos de la ciudad de la Expo (e incluso de la propia Expo) y los servirá aquí aliñados con sus balbuceos de hombre asombrado ante el progreso. A veces, en pequeñas dosis, como una tapa de anca de ranilla. Otras veces, en plato grande, hasta el hartazgo.

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