ARQUITECTOS A LA GREÑA

. 30 jun 2008
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El título de esta entrada podría ser una receta de antropofagia tradicional, de esas que recupera Eugenio Monesma en sus documentales, como las patatas a la greña, pero con arquitectos. Pero no, alguien intentó prepararlo una vez y el plato resultó correoso, y un discípulo de Santi Santamaría lo calificó de "prístino ejemplo de esa antropofagia pretenciosa que no queremos en nuestros restaurantes". En lo que a canibalismo se refiere, la gente prefiere comer seres más sencillos. Siento desilusionar a los que andaban buscando en Google una receta para epatar a sus amigos y han recalado en este blog, pero este artículo no va de comer arquitectos, sino que se limita a hablar de la que está cayendo en el mundo de la arquitectura a propósito del Pabellón Puente de Zaha Hadid.


En resumen, por lo que he podido saber hasta ahora, el Pabellón Puente gusta al ciudadano-paseante común y disgusta hasta el sarcasmo a los arquitectos. Quiero decir en términos generales, porque se dan casos de ciudadanos-paseantes horrorizados y de arquitectos satisfechos que aplauden hasta que se les ponen rojas las palmas de las manos. Esto ha generado una polémica entre los arquitectos, polémica que ha pasado desapercibida a los ciudadanos-paseantes, que bastante tienen con pasear y buscar una sombra en los secarrales de la Expo.

El fuego lo abrió todo un gurú de la crítica arquitectónica mundial, el británico William J. R. Curtis, autor del venerado libro La arquitectura moderna desde 1900. En un extenso y afilado artículo publicado en el suplemento Babelia de El País una semana antes de la inauguración de la Expo, se refirió a la obra de Hadid en estos términos:

"El puente es una de esas obras 'con firma' procedentes de un miembro del star system internacional y uno tiene la impresión de que procede de
otro planeta. Al ser tan excesivo en su expresionismo escultórico e impreciso en su articulación estructural y en sus detalles, hace que uno anhele una solución más sencilla y rigurosa que esté más acorde con el terreno y que, al mismo tiempo, permita a la gente disfrutar de las vistas del río. Cierto es que se supone que en este puente para peatones se van a organizar exposiciones, pero sigue siendo con exceso introvertido".


Vamos, que Mr. Curtis no dijo más porque la proverbial flema británica le conmina a encorsetar su discurso en los límites de la caballerosidad, pero queda claro que el Pabellón Puente no le ha gustado nada.


No es la única voz del mundo arquitectónico que se expresa en términos parecidos, y las críticas en los últimos meses han sido tantas que la propia Zaha Hadid, cuando vino a Zaragoza a inaugurar su obra hace un par de semanas, pidió respeto: "Yo no hablo de los puentes de otros arquitectos", declaró, como diciendo: "No me tiren de la lengua, que las gasto muy malas". No sabemos si durante la cena que disfrutó en El Fuelle -donde todo el mundo sabe que el recio vino de la tierra que sirven con generosidad en las tradicionales jarras de barro suelta la sin hueso una barbaridad- se explayó con mayor profusión. Tampoco se sabe si a Mr. Curtis le pitaron los oídos esa noche.

Al margen de lo estrictamente arquitectónico, el puente de la gran dama iraquí ha sido criticado por su sobrecoste, por su supuestamente innecesaria complejidad técnica y por la cantidad de esfuerzo suplementario que ha obligado a hacer en el dragado del Ebro para su cimentación. Las malas lenguas dicen que Ibercaja, su propietario para después de la Expo, todavía no tiene muy claro qué hacer con él, pues su complicado y sinuoso interior no permite montar un museo en condiciones. Pero yo, que soy un lego superficial que apenas tiene opinión de nada, me quedo con la broma que hacen en el blog Mi mesa cojea, donde lo comparan con un ovni. En concreto, con un ovni de una conocida serie de televisión.

A estas alturas, ¿sufren mucho por la pobre Zaha Hadid? ¿No soportan verla zaherida por las críticas inmisericordes de sus mezquinos y envidiosos colegas? Pues no padezcan más, porque ya hay un arquitecto andante que ha salido a su rescate cabalgando en su brava montura de dinteles y capiteles jónicos.

El héroe se llama Diego Fullaondo, y en una serie de artículos publicados en el portal Soitu (periódico digital elaborado por disidentes de elmundo.es) reta a duelo a quienes mancillen el honor de Zaha. Al menos, a quienes lo mancillen sin dar argumentos de peso. Al loro:


"Creo que lo que asusta tanto a los especialistas es la desbordada voluntad
expresiva del puente. Una voluntad expresiva que conforma íntegramente todos los elementos constitutivos del edificio. Estructura, instalaciones, acabados, cerramientos y por supuesto el espacio, se supeditan al impulso creativo inicial, obligando a realizar soluciones no convencionales para cada uno de los apartados. Mientras, de manera magistral, el hayedo del Pabellón de España consigue traducir su metáfora inicial a elementos tradicionales y reconocibles de la arquitectura contemporánea, el proyecto de Zaha propone una nueva definición en todo su lenguaje arquitectónico".

Fullaondo tacha de insustanciales y banales muchas de las críticas que se han hecho al Pabellón Puente. Se despacha a gusto: "Argumentaciones simplonas y tabernarias, más propias de una acalorada discusión futbolística que de cualquier otra cosa. Su profunda mediocridad, suavemente informada, les hace despreciar todo aquello que no entienden".

Vamos, que la cosa está calentita. ¿Y a vosotros, qué os parece? ¿Lo habéis visto por dentro y por fuera? ¿De día y de noche? ¿Con sol y nublado? ¿Qué os sugiere? Hablad, nos os cortéis, pues aquí está hablando todo el mundo.

Fotos: José Carlos León.

ODA AL AUTOBUSERO

. 29 jun 2008
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He de empezar aclarando que pertenezo a esa apestosa minoría que va al trabajo dando un paseo, y que el único transporte -público o privado- que uso en la ciudad son los taxis, y solo los cojo por motivos de trabajo o cuando la prisa aprieta. Por tanto, no sé cómo es el servicio normal de transporte urbano en Zaragoza -hasta que no empezó la Expo ni siquiera sabía sus tarifas-, aunque si me tengo que fiar de lo que me cuentan quienes lo sufren, no puedo decir muchas cosas buenas.
Hecha esta precisión-confesión de peatón, puedo comenzar la oda.
Tienen mala fama, reconozcámoslo. Rara vez se les dedica una carta al director amable y cuando alguien se acuerda de ellos es para mentar a sus parientes, muy en especial a esas sufridas madres que tanto paren. El año pasado fue especialmente turbulento, se fueron a la huelga en un par de ocasiones y no todos los ciudadanos entendieron sus reivindicaciones, que estaban directamente relacionadas con el exceso de trabajo de la muestra. No sé exactamente a qué acuerdo llegaron con la empresa, ni si éste les satisifizo, pero lo que sí que puedo decir es que, por lo que a mí respecta, me quito el sombrero ante el desempeño que están demostrando estos días.

De todo hay, claro, y gente malencarada la encuentras en todos los ámbitos profesionales, pero parece que la Expo ha contribuido a hacer un servicio amable. Ahora que cojo el bus casi todos los días para ir a Ranillas, me han sorprendido muy gratamente la sonrisa, la amabilidad y la disposición de los conductores, y muy en especial, de las conductoras. El otro día, una de ellas hasta salió de su cubículo y se ofreció amablemente a indicar a un despistado turista cómo llegar a su hotel desde una parada del paseo de Pamplona. Un poco más y se lo lleva de la mano. Lo nunca visto.

Subo al bus, nos saludamos como seres humanos civilizados (buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas... Lo que proceda en cada caso), pido el billete por favor, me dan los cambios con una sonrisa y hasta me dan las gracias. Ya puedo decir que el maltrato y la antipatía son excepcionales, y que la amabilidad es hegemónica.

El transporte público, fuente y catalizador de cabreos y malos rollos cotidianos, parece aquejado de un buenrollismo insólito. Junto a los autobuses, decenas de ciclistas con sus "bizis" le dan un aire todavía más desenfadado a la ciudad, y en las marquesinas de la Expo, los voluntarios te indican qué línea es la que te llevará con mayor prontitud a tu destino. Estoy maravillado: pensaba que coger el autobús a diario iba a suponer un suplicio inaguantable y resulta que me gusta y todo. Y eso que también he sufrido retrasos y he llegado tarde un par de veces por culpa de TUZSA.

¿Me pasará solo a mí? ¿Estaré tan contento con el cambio que está viviendo Zaragoza que no me fijo en lo malo? ¿He perdido por completo la perspectiva? No sé, contadme vosotros, que seguro que tenéis una visión del autobusero medio y del servicio de transporte de Zaragoza más ajustada a la realidad. A mí me apetecía decirles que creo que se lo están currando bien, porque soy de los que piensan que el trabajo bien hecho merece un reconocimiento más allá del sueldo.

Hala, ya lo he dicho.
Fotos: Juan Carlos Arcos.

FÚTBOL Y OTRAS HISTORIAS TRISTES

. 27 jun 2008
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En estos días de euforia futbolera prefinal de Eurocopa me he tropezado en la Expo con un objeto difícil de clasificar, eclipsado por las piezas que se exhiben a su alrededor. Es un objeto-símbolo, una especie de talismán que rebota en muchos huecos de la conciencia. Es un objeto que habla de fútbol, pero de un fútbol jugado por otros futbolistas muy distintos y distantes de los que se batieron el cobre el jueves pasado frente a Rusia, y de los que se lo volverán a batir el domingo frente a Alemania.


A la terca y mísera minoría a la que no nos gusta el fútbol nos cuesta comprender que pueda haber alguien a quien este deporte le haya salvado la vida, pero este objeto nos ayuda bastante a meternos en la piel de quienes así lo sienten.

El objeto en cuestión es este:


Así, sin más información, deja bastante frío. Es una cosa feúcha y sin gracia, casi de mal gusto, nada emocionante.

Se trata de un trofeo que se entregaba a los ganadores de un torneo de fútbol. Su diseño es obra de Thabo Ngcobo y su confección, de DJ Mpahlwa. No es una antigüedad (es de comienzos de los ochenta) y sus materiales son pobretones. Y, sin embargo, tiene un enorme valor. Porque Thabo Ngcobo y DJ Mpahlwa eran prisioneros políticos en la siniestra Isla de Robben, una especie de Alcatraz sudafricana, 12 kilómetros mar adentro de la costa de Ciudad del Cabo, donde el régimen del apartheid encerraba a los negros díscolos. Allí cumplió condena Nelson Mandela.

Para no sucumbir al tedio ni al desánimo, los presos organizaban torneos de fútbol, y este sencillo trofeo era el premio que recibían los vencedores. Hoy se puede ver en la Expo, en la sala de la República Sudafricana del pabellón del África Subsahariana.

Es un objeto heroico, que se engrandece más cuando el visitante se da cuenta de que forma parte de la campaña de promoción del Mundial de Fútbol de 2010, que se celebrará en Sudáfrica (y que publicitan en la Expo). Nacido de la desesperación de un puñado de hombres valientes que forzaron la caída de uno de los más ignominiosos regímenes racistas del planeta, ese humilde trozo de madera resume el orgullo y los deseos de un pueblo por centrar la atención del mundo. Por centrarla en sus logros, no en sus miserias.

¿Quién dijo que en la Expo solo se aprenden cosas del agua y sus liquideces? Al sentarme al ordenador, consulto al oráculo de Google para saber más sobre la Isla de Robben, que durante unos años ocupó todos los titulares de la prensa internacional, por la tristemente famosa brutalidad de sus carceleros y por la relevancia de uno de sus inquilinos, Nelson Mandela.

Hoy felizmente desocupada, como tantos otros centros de detención del mundo (Alcatraz, los campos de concentración nazis...), solo es una inofensiva atracción turística para los visitantes de Ciudad del Cabo. Un ferry te lleva allí en un paseo y, una vez dentro, se puede recorrer siguiendo el itinerario del Museo de la Isla de Robben en el que se ha convertido. Allí te cuentan que la isla ha sido usada como centro penitenciario desde que se estableció la colonia de Ciudad del Cabo, y en una visita que pretende ser escalofriante, aleccionadora y didáctica, te enseñan el legado de un tiempo espantoso que los sudafricanos quieren dejar definitivamente atrás.

Jugar al fútbol allí debía de ser la única forma que muchos de los prisioneros encontraron para seguir sintiendo su humanidad, que es un sentimiento que se diluye con facilidad de azucarillo cuando los tiranos aprietan fuerte. Quizá ganar ese trofeo era para ellos más importante que para la selección española ganar la final contra Alemania. Porque ellos no jugaban por una bandera, ni por unos euros, ni por una carrera profesional. Ellos jugaban por su vida.



Hay un documental de la BBC titulado Voces de la Isla de Robben, del cual os puedo ofrecer diez minutos (en inglés):


Son cientos las sorpresas que esconde la Expo. En Ranillas hay mil hilos de los que tirar. A ver si deshacemos unas cuantas madejas en este blog.

SORPRÉNDEME

. 26 jun 2008
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Gordas y broncíneas, las esculturas de Manolo Valdés se han aposentado en Independencia, recordándonos a los exposaturados zaragozanos que el mundo no se acaba en Ranillas, que hay una ciudad que sigue viviendo y gozando y sudando en sus centenarias, recalentadas y prosaicas calles.




Dicen que somos animales de costumbres, casi tanto como los perros, y que tendemos a hacer los mismos trayectos con los mismos rituales cada día. Lo han comprobado hace poco con un experimento sociológico haciendo un seguimiento de teléfonos móviles. Hace un tiempo, la directora de una unidad de trastornos del sueño me ilustró en una entrevista sobre la importancia que tienen los pequeños ritos cotidianos para conciliar el sueño. Ritos de sueño los llaman, una expresión que a mí me suena a título de libro de poesía erótica.

Concedido: los humanos somos tipos rutinarios con tendencia al aburrimiento, de ahí el éxito de ciertas fórmulas televisivas. Pero también buscamos desesperadamente el asombro, nos gustan los regalos sorpresa, nos divorciamos de quien no es capaz de arrancarnos una exclamación de cuando en cuando, y nos enamoramos de los personajes "salvajes e impredecibles". "What are you gonna do now? Something wild and unpredictible?", le preguntaba ansiosa Miss O'Shaughnessy a Sam Spade-Bogart en El halcón maltés ("¿qué vas a hacer ahora? ¿Algo salvaje e impredecible?").

Sí, sorpréndeme, pero no tanto como para que me dé un patatús. Sorpréndeme lo justo para alegrarme el día, la mañana, el instante. Lo suficiente para animarme a seguir caminando con una sonrisa. Ése es el deseo que hay detrás de la propuesta "Arte en la calle" de La Caixa, con las orondas esculturas de Manolo Valdés en el centro de Zaragoza: dejar que la ciudad te alegre el día con algo inesperado que te haga ralentizar el paso y desviar la mirada de tus quehaceres.

En lugares excepcionales como la Expo uno espera ser sorprendido constantemente. Exige la sorpresa en sesión contínua, sin tregua. Ranillas ha de ser un sorpresódromo, y los visitantes pedimos a las meninges de sus responsables un esfuerzo mayúsculo para que no nos aburran.

Pero la Expo es un paréntesis abierto en la ciudad, y a la ciudad no le exigimos esa sorpresa. Es más, muchos le exigen justamente lo contrario: serenidad, seguridad, certidumbre, orden. La poesía chispeante, en Ranillas; la prosa notarial, en la ciudad.

Hoy, los zaragozanos han dejado colarse unos versillos en la dura prosa del día a día. Han rodeado las cabezas y las meninas de Valdés, las han tocado, han dejado que los niños corrieran alrededor de ellas y se han hecho fotos poniendo caras entre los agujeros del metal. ¿Por qué la ciudad no nos da más alegrías como esta de vez en cuando?

El festival En la Frontera, rescatado de los turbulentos años 80 en el primer mandato de Belloch y ajusticiado sin piedad por la actual Administración municipal, con los bolsillos más tiesos que la mojama después de la Expo, pretendía darle algo de alegría a Zaragoza periódicamente. Sí, muchos pasaban ante las performances y las intervenciones artísticas poniendo caras raras, sin saber qué diantres significaban, temiendo mostrar su perplejidad para no quedar como paletos insensibles, pero otros muchos simplemente se dejaban llevar, disfrutando de la sorpresa de encontrarse algo que, según nos han enseñado en la escuela y en las ordenanzas municipales, no debería estar ahí, en medio de la calle.

Las infraestructuras, las inversiones y la modernización del urbanismo de la ciudad están muy bien y son unos legados fantásticos que nos va a dejar la Expo. Pero, ¿alguien ha pensado que de Ranillas se podría rescatar también ese espíritu juguetón? ¿No deberíamos exigirle a la ciudad que nos sorprenda y nos alegre el día más a menudo?

Fotos: Carlos Moncín.

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO

. 25 jun 2008
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No, si al final vamos a hacer todos como los muchos vecinos que pusieron el grito en el cielo cuando dijeron que no se podría entrar con comida en la Expo. Con sus protestas, lograron que Expoagua reblara, y ahora creo que se lo vamos a agradecer unos cuantos. Y no porque no tuviéramos ilusión por probar las maravillas exóticas de los cinco continentes que en Ranillas se ofrecen, que si nos ponemos sibaritas podemos dejar atrás a la Preysler y a todo su séquito de Ferrero Rocher, sino porque bien está lo que está bien.


Concretando un poco más: que empiezo a dudar de que las sabrosísimas y delicadas delicias de Polonia, de Uruguay, de Lituania, de Italia, de Francia o de Japón merezcan el calvario de aguantar colas de más de una hora; un servicio desesperadamente lento que, con penosa frecuencia, no habla castellano y con el que te tienes que pelear en inglés, y, como puntilla, unos precios que cortan la digestión.


Vamos, que si usted quiere darse un homenaje en condiciones con un plato cocinado por un chef y huir de hamburguesas, pizzas precocinadas y bocatas de traslúcido salchichón que despachan en los chiringuitos del recinto, tendrá que sufrir. Y si ya quiere acompañar ese plato con un vinito ad hoc, prepárese.


Lo que voy a contar es una historia real vivida por el firmante de este blog. El método científico de preguntar a amigos y conocidos me ha permitido averiguar que historias similares a esta -incluso más desesperantes todavía- se han vivido en otros pabellones con restaurante. La saturación de público y la desorganización, salvo honrosas excepciones, cunden más de lo deseable.


Restaurante del pabellón de Polonia, rebautizado desde ya como "el pabellón peludo", por la decoración del local. Dos de la tarde. Con dificultad, cinco intrépidos amigos han logrado encontrar una mesa para degustar la desconocida gastronomía de aquel país. El menú tiene buena pinta, y los amigos procuran no fijarse mucho en los precios de los platos (casi ninguno por debajo de los 20 euros). Un día es un día y los cinco pueden permitirse el capricho sin que se les hunda la economía familiar.


Interior del pabellón de Polonia (foto: Efe)


Tras unos veinte minutos de espera, un joven camarero que solo habla polaco e inglés toma nota del pedido. Algunos piden dos platos y otros solo uno: ensalada de la Galicia polaca, sopa fría de remolacha, arenques, dos golabkis (no sabría decir en qué consistía el golabki) y un estofado de cordero. Para beber, cervezas polacas para todos.

Pasa el tiempo y el camarero viene y va por el local sin traer nada. En la mesa de la izquierda, una familia espera también su comanda. En la de la derecha, un niño pequeño grita, al borde del colapso: "¡Jo, mamá, diles que traigan la comida ya...!". Se respira angustia de hambrientos, aire de amotinamiento.

Pasan otros diez minutos y nuestra mesa sigue inmaculada. Se empieza a perder el buen humor.

Llegan las cervezas. Se bebe con avidez, rozando la mala educación.

Se acaban las cervezas. La comida sigue sin llegar. La familia de la izquierda, que ha comido a trompicones, nos lanza sonrisas de empatía. Son unos catalanes que pasan unos días en Zaragoza: "Ayer comimos en Bélgica, el mismo desastre", anuncian con resignación. Nos compadecemos mutuamente.

Tres cuartos de hora después, llega la sopa y los arenques. Diez minutos más tarde, los cubiertos.

Pasa otro cuarto de hora: tercera ronda de cervezas. Sentimientos etílicos.

Llega la ensalada de la Galicia polaca. Sin cubiertos. Los tres amigos que todavía no tenemos comida miramos los platos al borde del llanto.

Reclamación y súplica en inglés al camarero. Encogimiento de hombros del camarero en el lenguaje universal del pasotismo.

Una hora y cuarto después de habernos sentado llegan tres de los cuatro platos que faltan. Una de las amigas renuncia a que le traigan el segundo: tiene que volver corriendo al trabajo.

Más cervezas para acompañar la deglución (el verbo comer ya no sirve para describir los actos que se vivien) los platos. Las cervezas llegan cuando los platos han sido deglutidos.

La cuenta, contra todo pronóstico, aparece con prontitud y diligencia. Repaso escrupuloso: solo faltaba que cobraran de más. No cobran de más, aunque sí de mucho: 107 euros. Todos tenemos hambre y una leve intoxicación etílica. Se nos han quitado las ganas de viajar a Polonia. Y, por un momento, también las de vivir.

¿Que por qué no nos fuimos y por qué no reclamamos? Porque somos gente conformada y discreta. Y un poco tontos, la verdad.

De hecho, somos tan tontos que otro día comeremos en otro sitio donde viviremos experiencias parecidas, pero es que, pese a todo, seguimos pensando que una de las cosas más majas de la Expo es la posibilidad de comer especialidades de gastronomías que no figuran en la oferta de restaurantes de Zaragoza. Porque, más allá de que el servicio sea bueno o malo y de que los precios sean disparatados o razonables, lo que más cuesta arriba se hace son las larguísimas colas que se forman a la hora de comer y de cenar.

La cuestión es: ¿merece la pena el sacrificio? Que cada cual lo calibre, pero para llevar el bocata de casa siempre hay tiempo.


PS: hoy jueves toca Dayna Kurtz en el Balcón de las Músicas (ver reseña en Muévete en la Expo). Alimento para el alma y para el oído. Y este sí que no tiene trampa ni mal servicio: una delicatessen musical insuperable. No se lo pierdan.

ZARAGOZA POR UN TUBO (1)

. 24 jun 2008
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¿Que si la capital aragonesa está en el mundo? No sé si la Expo ha logrado ya ese objetivo, pero si el mundo tiene algo que ver con You Tube, Zaragoza está un poquito más presente en el mundo que ayer, pero menos que mañana (esperemos).

Aquí va una primera tanda de cómo nos ven por el mundo, a través de piezas sobre la Expo que se pueden encontrar en la famosa página.

Para abrir boca, dos vídeos un pelín viejos, que rodó la pasada primavera el periodista de viajes británico Simon Calder (gran conocedor de Latinoamérica y popular tanto por sus crónicas en The Independent como por sus programas en la BBC). Son dos partes de 48 horas en Zaragoza, un documental rodado para el canal audiovisual de The Independent.

En esta primera pieza veréis la plaza del Pilar, los alrededores de la plaza de Santa Marta, una torre del Pilar por dentro, el Pilar y la Seo por dentro, Santa Engracia, el Patio de la Infanta, callejeo... También se pone fino de comer en varias tascas. Está en inglés sin traducir, pero no os preocupéis, que aunque no entendáis la lengua, os divertiréis oyéndole decir "Puente de Piedra", "café con leche" y "muchas gracias".



En la segunda parte, de compras, de más tapeo y una incursión a una Expo que todavía no estaba abierta.



Sin salir del Reino Unido, os invito a ver cómo ha informado la BBC de la Expo. El canal británico, por motivos de copyright, no permite incrustar sus vídeos en blogs (You Tube oculta los códigos HTML necesarios para ello), así que para disfrutarlo tenéis que pinchar aquí.

Cruzando el canal y pasando al país de nuestros complejos y amados vecinos del norte, se pueden ver dos vídeos. Éste primero es la información con la que France 24, el canal de noticias internacional del Estado francés, dio cuenta de la inauguración de la Expo:



Aquí, la misma noticia, pero para el canal que emite para el público anglófono:



Hay mucho más, pero hay que buscarlo con paciencia. Seguiré ofreciendo piezas cortas y curiosidades que depare el siempre fantástico You Tube, pero si queréis echarme una mano, podéis hacerme llegar enlaces de vídeos que encontréis vosotros a través de los comentarios. Entre todos, iremos creando una galería de Zaragoza vista por las teles extranjeras.

FALSAS PROMESAS EN LA TORRE DEL AGUA

. 23 jun 2008
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Vaya, vaya con la Torre del Agua. ¿Por qué la quieren tan poco? ¿Por qué la han dejado al otro lado de la avenida, en esa isla junto al teleférico? Desde fuera, parece la reina de la fiesta, nuestra particular y postmoderna Torre Eiffel dominando el nuevo skyline zaragozano, pero una vez dentro de Ranillas, se muestra como un ser algo marginado, como si se hubiera quedado sola en la puerta, abandonada por el resto de pabellones.


Por no haber, no hay baños a la vista, como ya se ha comentado en alguna ocasión. No sé si a estas alturas (de tiempo, no las de la torre) se ha subsanado ya la carencia, supongo que sí, pero si no es así, recomiendo hacer una visita al WC antes de cruzar la pasarela. Háganme caso y emprendan la incursión a la torre bien desahogados, que luego el rumor de las aguas y las abundantísimas referencias acuáticas pueden parecerles una sutil e insufrible tortura.

Recomendación número dos: lleven calzado cómodo, porque hay que andar. De hecho, no se puede hacer otra cosa si se quiere completar la visita.

Terminado el tramo de escaleras mecánicas, se llega al espacio donde cuelga la impresionante escultura "Splash". La visión entona y estimula al visitante, que quiere llegar arriba y disfrutar de las vistas. Como soy de natural vago, me dirigí a uno de esos ascensores panorámicos, pero una señal con el icono de una silla de ruedas me disuadió.
Me miré de arriba abajo, me palpé el cuerpo, y al no encontrar en él indicios serios de discapacidad, maldije mi buena mala salud y le di la espalda a los elevadores. Habrá que andar, me dije

Por suerte, el ascenso no se realiza por escaleras, sino siguiendo unas levísimas rampas que se enroscan por las paredes acristaladas del edificio. En el arranque de la rampa, como una esfinge, una voluntaria controlaba el paso. Temí que me pidiera resolver un acertijo o deshacer una paradoja antes de franqueármelo, pero su misión solo consistía en advertir: "Si empiezan a subir, tienen que llegar hasta el final, no pueden dar media vuelta. Son más de 900 metros, unos 17 minutos".

Contuve el escalofrío que atravesó mi espinazo ante la terrible admonición, me di ánimos y me dije: "Venga, tío, sin mirar atrás, to palante".
Enseguida descubrí un aliciente: la flecha que indica el camino a la cima lleva una leyenda que dice "Al Nube Bar". Oh, el Nube Bar. Qué sugerente. Todas las penurias de la escalada merecerían la pena si al final me esperaba el Nube Bar. Música chill-out, butacones y divanes orientados hacia el Moncayo, martinis agitados y no revueltos, quien sabe si alguna guapa actriz en traje de noche con la que alternar... Bien, de acuerdo, quizá se me fue un poco la mano con la ensoñación, pero no me digan que el nombre del bar no sonaba a promesa de felicidad.
Espoleado por mis febriles deseos, emprendí la escalada, disfrutando de las vistas que se abrían a derecha y a izquierda.
A la derecha, cambiantes perspectivas de la escultura "Splash" y juegos visuales de la colmena humana que subía y bajaba por las rampas, tal que así:


A la izquierda, una Zaragoza nunca vista, crecida en el llano acribillado por el sol, como un trigal de cemento que se resiste a encorvarse por la fuerza de los rayos y se mantiene calmo y firme. También aparecían al norte las ripas calizas que marcan el límite de la depresión del Ebro, con sus cortados duros encajonando el paisaje y enmarcando los huertos todavía verdes. La gente lo miraba todo tal que así:




Un agradable paseo. Quizá demasiado hermético, a ratos algo claustrofóbico. Parecía que en vez de ascender, bajábamos por las galerías de una mina. Eché de menos algo de contacto con el exterior, un poco de brisa que le recordara a mi piel que estaba en el techo de la ciudad. Supongo que la gente con vértigo agradecerá que no sea así.

Al fin, tras cerca de 20 minutos de paseo, alcancé el Nube Bar, y mientras meditaba qué cóctel premiaría mejor mi heroica hazaña escaladora (¿un dry martini, un gin tonic, una sencilla pero deliciosa cerveza?), la decepción me aplastó contra el suelo. De hecho, mi alma se desplomó los casi 30 pisos que tiene la torre.

Tras la promesa del nombre de Nube Bar no había chill-out, ni butacas y divanes orientados hacia espléndidas cristaleras, ni martinis agitados, ni siquiera revueltos, ni guapas actrices en trajes de noche. El Nube Bar solo es un dispensador de rancho. Y rancho malo: una cafetería de las de hacer cola y llevar tu propia bandeja, como las de las áreas de servicio de las autopistas o los comedores de un colegio.

¿Fue mi culpa imaginarme otra cosa? Me sentí como aquellos que ligan por Internet y acuden a la cita creyendo, por la foto y la descripción del mail, que van a encontrarse con Angelina Jolie, y quien aparece es Lina Morgan.

Así que hice como estos frustrados ligones de Internet: bajé la vista, procuré no ser visto y me di media vuelta sin presentarme.

¿AGUAFIESTAS?

. 19 jun 2008
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Toque de queda. Silencio, no hagan ruido. Algunos vecinos del Actur y de la Almozara han protestado por el volumen de los espectáculos más tardanos de la Expo, y la organización ha decidido, con una celeridad sorprendente, recortar el horario de las actuaciones. Todas se adelantan para que no haya ruido más allá de las 0.45. Viernes y sábados, naturalmente, excluidos.

Suena extraña la decisión. Primero, por la premura con la que se ha tomado: tres días después de la inauguración. No ha podido haber tiempo para acumular muchas protestas. Y segundo, por la receptividad y atención que han merecido esas quejas, cuando el Ayuntamiento de Zaragoza tiene por costumbre pasar bastante de los vecinos que protestan por el ruido. Que se lo digan a los que viven en Moncasi o a los sempiternos sufridores de las noches del Casco Viejo. Han constituido asociaciones, han ido a los tribunales, han pasado mil y un calvarios sin que nadie les hiciera el mínimo caso. Los residentes de Valdespartera también protestaron estas últimas fiestas del Pilar por el ruido del recinto ferial, y de nada les sirvió. ¿A qué se debe este cambio de actitud? No lo sé, pero alguien debería explicarlo o indagarlo.

No creo que haya sido una decisión del todo acertada. Ni meditada. Podría haberse negociado con los vecinos, resaltar que son solo tres meses y que, cuando acabe todo, van a poder disfrutar de un entorno urbano privilegiado (por no mencionar lo mucho que se van a revalorizar sus propiedades). Se les podría solicitar amablemente un poco de comprensión, algo de mano izquierda, unas dosis del mismo estoicismo con el que toda la ciudad ha soportado las obras. No digo que lo tengan que aceptar como una imposición, como un trágala inevitable: se puede bajar algo el volumen, cambiar de ubicación o de horario algunos espectáculos especialmente ruidosos... Lo que viene a ser una negociación para conciliar intereses opuestos. Pero establecer una especie de toque de queda no parece razonable.

Porque esta decisión, para respetar unos derechos, está vulnerando otros: los de todos aquellos que han comprado el abono de temporada nocturno. ¿De qué les sirve ahora? Si los espectáculos van a terminar a las 0.45, podrían reclamar justamente que les devuelvan parte del importe, ya que el servicio que les ofrecen ahora no se corresponde con lo que ellos contrataron.

El miércoles, la Expo registró su primer llenazo nocturno, muy superior al del sábado. La causa: el concierto de Mayumaná. La Policía tuvo que cerrar algunos accesos al Anfiteatro 43 porque no cabía ya ni un alfiler, y el público se apelotonó en la verja y en los balcones de los pabellones internacionales. Cuando terminó el espectáculo -un poco rácano, la verdad, de menos de hora y media-, ya no había nada que hacer en el recinto salvo ver la sesión de la 1.00 de Hombre vertiente. Muchos se fueron a casa, pero los que nos quedamos, solo pudimos hacer una cosa: darnos a la bebida.

Y no por mucho rato, porque las opciones eran parcas:

a) cerveza en Fluvivaso de alguno de los chiringuitos, bebida en buena compañía en las terrazas del Ebro.

b) copa en alguna de las dos terrazas (pijas y caras, hay que dejarlo bien claro) del recinto. La noche de Mayumaná, la del Pabellón de Aragón estaba cerrada por obras, y la del Acuario Fluvial (a unos 12 euros la consumición), llena.

c) probar suerte en algún restaurante de los pabellones internacionales que abren hasta más tarde. La mejor opción, en mi humildísima opinión, es México, que sirve exquisitos margaritas y cócteles de mezcal (a unos nada populares 9 euros) hasta las dos de la madrugada, y tiene unos camareros serviciales y simpáticos que te atienden en su suave tonada mexicana. El inconveniente es que no es un bar de copas, sino un restaurante con horario generoso, así que la ambientación no es la adecuada, y te echan a las dos, una hora antes del cierre de Ranillas (por lo que uno no sabe cómo llenar esos largos 60 minutos: los bostezos acuden a la boca y, por pura inercia, los pies se arrastran hacia la salida).

Dicho todo esto, yo tengo claro que a la Expo no se va de copas. Para eso, Zaragoza ya tiene una oferta variada en muchas zonas de la ciudad.

¿Cómo rellenar las eternas dos horas y cuarto que van de las 0.45 a las 3.00? Nosotros siempre podemos irnos a casa o a seguir la fiesta en el centro de la ciudad, pero los voluntarios y muchos trabajadores tienen que quedarse hasta el cierre. El día de Mayumaná daba mucha pena ver a los pobres voluntarios arrastrar los pies en medio de un recinto casi desierto, sin nadie a quien ayudar. Con los pabellones y los restaurantes cerrados y las terrazas solo asequibles a los bolsillos más despreocupados, las noches de Ranillas se van a convertir en una zona muerta. Dicen desde Expoagua que no hay de qué preocuparse, que seguirán las actividades hasta las 3.00. Habrá que ver cuáles, cómo y dónde.

Yo no tengo la solución al conflicto por el ruido, pero creo que hay suficientes cartas encima de la mesa como para abrir un debate libre, civilizado y sin cerrilismos.

ICEBERG EN PRUEBAS (ESTA VEZ DE VERDAD)

. 18 jun 2008
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El viernes se estrena el espectáculo Iceberg, sinfonía poético visual, del extremo, arrollador, desbordante y no siempre comprendido Calixto Bieito. Como todos sabéis, no se pudo poner en marcha el día de la inauguración porque el Ebro bajaba crecido, demasiado crecido incluso para el desbordante Bieito. Con las aguas más remansadas, los técnicos de la compañía teatral Focus han hecho pruebas de iluminación, montaje y sonido durante todas las noches de esta semana, y los curiosos que nos sentábamos a la fresca en las desiertas gradas del río, a eso de la una de la madrugada, hemos podido hacer algunas fotos. Aquí las dejo como anticipo del espectáculo que se estrenará este viernes a las 22.30 (pinchad en las fotos para verlas en un tamaño mayor).



El ojo es una filmación real de un ojo humano parpadeando y moviéndose. No apto para aprensivos.



Aquí la sinfonía tiene un tono más siniestro, con humo, fuego y tonos cálidos. ¿Se quema el Iceberg?




Las proyecciones en las paredes del Iceberg van marcando las fases del espectáculo. Aquí hay nubes.



Y aquí, un bebé clonado que dulcifica esa cara terrorífica que podría describirse como una falla valenciana a medio quemar.



Aquí está el mismo bebé haciendo sus cosas de bebé, pero por cuadruplicado (cambiarle los pañales será muy trabajoso). La cara ahora es amarilla.


La cosa promete. Tengo ganas de ver qué se cuece. A ver si este viernes, al fin, podemos disfrutar de esta sinfonía fluvial. Que el clima y los críticos le sean propicios. O no, al menos los segundos, que para eso son críticos y no están obligados a decir "sí, señor". Por cierto, que a este respecto he leído una cosa como "muy de artista" en la web de Bieito. Dice el director teatral a propósito de las críticas hacia sus espectáculos (traduzco directamente del catalán): "Las polémicas son producto de una necesidad del público y del mercado, la necesidad que tiene la gente de que en los escenarios, tanto en los de teatro como en los de ópera, pase algo para seguir vendiendo diarios y revistas y para seguir amando y odiando a sus artistas". Total, que cuando alguien dice que algo no le gusta, no es porque no le guste en realidad, sino porque somos así de tontunos y nos encanta criticar por criticar. Para tener algo de qué hablar. O algo así, porque la verdad es que no he entendido muy bien qué quiere decir Bieito con estas palabras. Será porque trabajo en el bando equivocado, el de los criticones, y no en el de los artistas.
Comentarios más o menos cáusticos al margen, id este viernes a ver el espectáculo del Iceberg, que seguro que no os deja indiferentes. Mientras se estrena, podéis hacer boca con Hombre vertiente (seis pases diarios en Inspiraciones Acuáticas, el primero a las 15.00 y el último a la una de la madrugada). Yo ya lo he visto dos veces, y seguro que lo veré unas cuantas más.

COMO DOS GOTAS DE AGUA

. 16 jun 2008
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Miren esta imagen:




Sí, es nuestro Fluvi, con sus ojos negros como el carbón y una rechonchez más cervecera que acuática (no me digan que no se han fijado en esa bonachona y poco estilizada barriga).

Ahora, observen esta otra y encuentren las siete diferencias:





No son idénticos, pero sí bastante parecidos, ¿no? Sí, este tiene un cuerno o protuberancia en la cabeza y su mirada (reconozcámoslo) es más franca y desenfadada que la de Fluvi. En lugar de barriguilla, este tiene unas patorras elefánticas y unas manos como paletas de ping-pong. Son diferencias que saltan a la vista.

Se llama Haibo, y si quieren verlo, tienen dos réplicas de buen tamaño en la puerta del pabellón de China en la Expo. Es la mascota de la Expo de Shanghai de 2010, y si yo fuera un abogado especialista en derechos de autor, además de tener una madre mucho más orgullosa y feliz, podría hacerle un presupuesto a Sergi López, el diseñador de Fluvi. Demandas menos consistentes han encontrado receptividad en los tribunales.

Dos Expos, dos criaturas azules. Aquí han fumado...

Leo en el China Daily (en inglés, mis cortas neuronas no me dan para meterme con el mandarín), que Haibo está hasta en la sopa (de algas) en Shanghai. Fue elegido por votación popular entre cientos de candidatos y su nombre deriva de la expresión china "si hai zhi bao", que se puede traducir indistintamente por "el tesoro de los cuatro mares" o "el tesoro de Shanghai". Así de dúctil es el chino, que se presta a varias traducciones, siempre según Wang Zhenghua, autor o autora de la crónica del China Daily.

Aquí lo tienen como vino al mundo. Es decir, en la gala de presentación celebrada en Shanghai el 18 de diciembre de 2007:





Por lo visto, las formas redondeadas azules están de moda entre los diseñadores del mundo. El azul pitufo es tendencia. Tomen nota.

A mí este parecido me recuerda al episodio de Los Simpson en el que Homer ve su cara en una caja de detergente japonés. Indaga el porqué de la inquietante coincidencia y recibe una explicación sencilla: la supuesta cara de Homer es en realidad el logo de una empresa resultado de la fusión entre un pez y una bombilla (no encuentro el vídeo en YouTube, así que si algún amable lector lo localiza, le agradecería que me enviara el enlace para colgarlo. El epsodio se titula In Marge We Trust y es de la octava temporada). Si Fluvi investigara como investigó Homer, seguro que los chinos le daban una explicación igual de rocambolesca.

En cualquier caso, ¿dónde quedaron aquellas mascotas complejas, llenas de colorines y vagamente antropomorfas? Ya asumimos que lo kitsch pasó de moda, pero las mascotas han de ser kitsch o no serán. A ver cuándo se pasa este minimalismo monocromo y volvemos a lo chillón y desproporcionado. En previsión de que eso ocurra, corran a la tienda de regalos de la Expo (un mundo aparte, que merece un post aparte) y acaparen todos los Fluvis que puedan: el día de mañana serán codiciadas reliquias retro. Eso sí, no los saquen del envoltorio, pues de esa forma se revalorizarán más suculentamente para revenderlos dentro de diez o veinte años a los coleccionistas de eBay.

PS.- Empiezan a llegar al blog algunas preguntas, dudas y consultas. A diferencia de lo que suelo hacer en mi bitácora personal, no las contestaré dentro de los comentarios. Cuando se acumulen unas cuantas, escribiré una entrada tratando de responder a todas. Ojo, solo consultas relacionadas con la Expo y con Zaragoza, que el consultorio sentimental es en la puerta de al lado. Las dudas que mi inabarcable ignorancia me impida resolver serán trasladadas a alguno de los compañeros que están al pie del cañón en la redacción paralela de la Expo y que lo saben todo. Absolutamente todo.

PS 2.- Gracias a la gentileza de Rondabandarra, que nos ha dado el enlace, pinchando aquí podéis ver el vídeo de la explicación de por qué aparece la cara de Homer en una caja de detergente japonés. Está en inglés, ya lo siento, pero en castellano no aparece por ningún sitio.

LOS PASEANTES

. 14 jun 2008
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Una amiga mía escribió hace tiempo una novela titulada Los paseantes -nunca publicada, al menos con ese título-. No tenía nada que ver con Zaragoza, ni remotamente, pero siempre que la mencionaba me venía a la cabeza la imagen de los zaragozanos caminando arriba y abajo de Independencia, que por más que oficialmente desde hace años sea una avenida, siempre será "el paseo". Al zaragozano le gusta pasear, haga cierzo, solana o hielo: su paseo de los sábados no se lo quita nadie. Por eso era razonable y previsible que la Expo triunfara en su estreno. En su estreno de verdad, cuando ya se ha callado el eco de las fanfarrias en el palco de autoridades y los descamisados hemos llenado la plaza (descamisados de corazón, pero con la camisa bien planchada).

Los neoyorquinos van de compras, los parisinos salen a cenar, los barceloneses, a dejarse ver, y los madrileños directamente pasan de pasear, van en Metro. Solo los zaragozanos se acicalan después de comer simplemente para pasear, sin intención de hacer otra cosa, para ver y comentar cómo se remansan en las calles los vientos del progreso, pero sin ningún propósito en concreto. Y eso han hecho los zaragozanos este fin de semana, pero en Ranillas.












¿La fila en el pabellón de Alemania se debía a que la gente se creía que Wunderbar es un bar con ambiente de Oktoberfest?

Creo de verdad que los zaragozanos le han puesto buena nota a la Expo, y han quitado hierro a los fallos de organización de los primeros compases. Había sonrisas, buen rollo generalizado, satisfacción y campechanía. "Madre mía, se nos ha puesto esto que parece Washington, y esta vez de verdad", comentó una amiga. Y tenía razón a medias. Porque sí, es verdad, daba gusto tanta modernidad y tanto cosmopolitismo. Parecía al fin el sueño tantas veces prometido y nunca cumplido de vivir en una gran ciudad europea, atractiva y vibrante. Pero por otro lado, dudo que en Washington los paseantes se saluden como se saludaban los zaragozanos ayer en la Expo. Era un no parar de estrechar manos y palmear espaldas. Yo, que soy de andares distraidos, a la vuelta de cada esquina siempre me topaba con un conocido que me sacaba del ensimismamiento. Pocos días he saludado a tanta gente, y todos sonrientes, satisfechos de encontrarnos en este extrañamente optimista siglo XXI.

Otro día comentaré curiosidades más en detalle (he acumulado algunas fotos impagables) y llamaré la atención sobre algún que otro despropósito, que no todo son alabanzas. Pero hoy creo que solo cabe dejar constancia de que Zaragoza era una fiesta, de que fue bonito pasear por un día que seguro que recordaremos a nuestros nietos. Los que lleguemos a tenerlos.

Solo un apunte al margen: la cabalgata del Cirque du Soleil invoca la lluvia. ¿No hemos tenido bastante de eso ya? ¿No podría invocar, aunque se salga del tema del agua, temperaturas no demasiado saharianas y noches frescas con brisa? Es una sugerencia.

BIENVENIDOS, DEGUSTADORES DE FAUNA ANFIBIA

. 8 jun 2008
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No sean tópicos, por favor. Guarden el descorche del cava para Nochevieja y dejen los canapés para la recepción del embajador. Ni brindis ni trajes de gala. Para celebrar la inauguración de la Expo, lo más apropiado es un atracón de ancas de rana. O de ranilla, si quieren. Porque yo soy de buen comer y los diminutivos me saben a poco: si como ranillas en vez de ranas parece que no estoy comiendo nada.

Seguro que a Miguel Ángel Arrudi, que ha llenado las riberas del meandro de Ranillas de simpáticas ranillas, valga la ranancia, le encanta la idea. Seguro que se pondría tibio de ancas, y con los huesos mondos y lirondos construiría una nueva obra: un Pabellón Puente de huesos o una Torre del Agua de cartílagos.

Yo quiero celebrar el comienzo de la Expo zampándome con mis amigos una fuente de ancas de rana, pero parece que la cosa no es tan sencilla como parece. Como no vaya a una charca del meandro de Ranillas y... No, que ya no hay charcas allí. Si acaso, charcos, pero no me llevaría a la boca nada que chapotee en el suelo de la Expo, por muy limpio que lo hayan dejado tras la crecida.

Como no soy un niño de Amarcord, no sabía dónde cazar ranas, así que salí a comprarlas. Pero, ¿dónde? La dependienta del desabastecido Mercadona de al lado de mi casa me miró con asco y recelo cuando le pregunté. “¿Que dónde están las qué? No tenemos ni naranjas, como para tener cerdadas de esas”. Salí de allí dando brincos cual sapo antes de que el guarda de seguridad me echara por guarro e impertinente.

Habría que buscar en establecimientos más especializados.

Como no sé si las ancas de rana son carne o pescado (¡maldita ambigüedad anfibia!), primero fui a una carnicería de barrio. Noté cómo el carnicero apretaba con fuerza el mango del imponente hacha descuartizadora. “¿Es una broma? ¿No tienes otra cosa que hacer que venir a tomarme el pelo, con la que está cayendo?”. Luego dijo unas cuantas cosas que un caballero no puede reproducir, y me invitó a salir de su local.

Sin caer en el desánimo, busqué una pescadería. La pescadera, que tenía un aire a lo Sofía Loren, se rascó la cabeza, pensativa. Quise afearle lo poco higiénico de su gesto, pero su amabilidad me echó para atrás. “Prueba en el Mercado Central”, me dijo. “Si allí no hay, no sé dónde puede haber”.

Pero nada, no hubo caso. En el Mercado Central solo querían hablar del Plata. Todas las vendedoras que fueron vedettes en sus tiempos insistían en hacerme un número, el número de las ancas de rana, así que aproveché que Bigas Luna pasaba por allí para distraer su atención y salir huyendo.

Consulté al oráculo, al maestro de gourmets, a nuestro crítico gastronómico José Luis Solanilla. "Uf, quizá en El Corte Inglés...", entonó, quejoso. Por supuesto, tampoco había en El Corte Inglés. El problema de las ancas de ranillas, me dijeron, es que en España la mayoría de los anfibios son especies protegidas, así que su carne se exporta desde mercados asiáticos. ¿Cómo es posible? ¿Cómo un manjar tan nuestro, que incluso aparece en los tebeos de Mortadelo y Filemón, ha desaparecido así?

De acuerdo, no las podré cocinar en casa, pero en algún sitio de la Inmortal Ciudad tenían que servirlas con amor. Tras una somera investigación y una consulta a una compañera que tiene un hermano cocinero, recalé en uno de los poquísimos establecimientos que sirven ancas de ranillas en la ciudad: la castiza marisquería Belanche, en la calle Don Jaime.

A la chica que me las sirvió no le gustan. Padece una aversión muy generalizada. "Estas vienen de China -me explicó-, pero los mayores dicen que saben igual que las que comían en su juventud". No sé como serían aquellas, pero estas tienen un delicado sabor que recuerda al del pollo. En Belanche las hacen fritas con un fino rebozado en raciones como la de esta foto. Se comen como si fueran pipas: sin parar.


Seguro que hay alguna tasca zaragozana más donde preparan este manjar. No desesperen: se puede celebrar la inauguración de la Expo como la Expo de Ranillas merece. Así que ya saben, vayan a una de esas tascas, pidan un vino blanco fresquito o una cañita de cerveza, acódense en la barra, levanten el anca recién frita -la de la ranilla, no la suya- y cómanla como una ofrenda pagana por el éxito de la Expo que ahora empieza.

Les deseo una feliz Expo y les doy la bienvenida a este rincón de crónicas desmadejadas y balbuceantes donde encontrarán parte de la intrahistoria de la ciudad en estos ilusionantes y revueltos tiempos. Gracias por leer.

¿De qué va este blog?

El asombro cotidiano de alguien que se siente turista en su propia ciudad. Armado con una cámara, el periodista de HERALDO Sergio del Molino capturará fotos y vídeos de la ciudad de la Expo (e incluso de la propia Expo) y los servirá aquí aliñados con sus balbuceos de hombre asombrado ante el progreso. A veces, en pequeñas dosis, como una tapa de anca de ranilla. Otras veces, en plato grande, hasta el hartazgo.

Podéis comentar cada entrada con libertad, pero el autor del blog se reserva el derecho de moderar las intervenciones, por eso pueden tardar un tiempo en aparecer en la página.

¿Quién lo escribe?

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Sergio del Molino