Vuelven las ancas. Las genuinas, las de Ranillas, las remojadas en auténtica y calentorra agua del Ebro. Rechace imitaciones. Me he ido un mes de vacaciones, pero ya he vuelto a mis obligaciones blogueras y tengo el estómago preparado para pegarme un buen atracón de ancas de ranillas de aquí al 14 de septiembre. Gracias por la paciencia, si es que algún lector se ha sentido impaciente: si pueden aguantar las colas del fast pass de la Expo, ¿qué puede suponerles un mes de parón bloguero?
Mientras muchos zaragozanos nos perdíamos por esos anchos mundos, los anchos mundos han seguido empeñados en concentrarse en la Expo. Qué barbaridad, qué gentío, qué de filas, qué calorina. En la puerta de mi casa, un autobús de matrícula francesa lleva tres días aparcado y dando sombra a la acera. Al principio, pensé: qué majo, ha venido tanta gente de tan lejos que ya no les caben los autobuses en los aparcaderos oficiales y tienen que buscar huecos en las calles del centro. Ahora ya no me parece majo. Ahora me preocupa: son demasiados días. ¿Y si el grupo de franceses se ha perdido en la Inmortal Ciudad y no encuentra su autobús? Me preocupa su suerte. Por favor, si ven a unos franceses llorando desconsolados mientras deambulan por las calles, sean compasivos y cómprenles un croissant y una baguette. Que por lo menos estén bien alimentados, no vaya a ser que se tropiecen con un miembro de los Voluntarios de Aragón en plena recreación histórica de los Sitios gritando mueras a Napoleón y al gabacho invasor y les dé un síncope.
Perdónenme, pero es que en Zaragoza estamos muy poco acostumbrados a tanto forastero. Somos nuevos en esto del cosmopolitismo y nos llama la atención ver Independencia, a estas alturas de agosto, llenito (pero llenito de verdad) de turistas con planos desplegados y manteniendo las típicas discusiones de turista:
-Si nous sommes ici, ça c'est Santa Engracia -le dice un ingeniero de Burdeos a su novia de Nantes mientras señala puntitos en su plano.
-Mais, non! Ça c'est ne pas Santa Engracia. Ça c'est El Plata. C'est à dir, "L'argent" en français -le responde la francesita mientras señala al palacio de la Aljafería.
Recuerdo otros agostos yermos. Esos agostos de antaño, donde los cuatro gatos que maullábamos en Zaragoza nos mirábamos de lejos como niños traviesos. Nos dejaban la ciudad para nosotros solos, para que hiciéramos con ella lo que quisiéramos, pero a la hora de la verdad no había nada que hacer. Arrastrábamos los pies junto a los cierres echados de los comercios, abandonados por todos, supervivientes del holocausto veraniego.
Pero este agosto ya no es como los demás. Quizá los locales hayan abandonado la ciudad como siempre y quizá estén en el pueblo, en Salou o recorriendo Nepal en monopatín, pero ya no se nota su estampida, porque su puesto ha sido ocupado por una especie desconocida en Zaragoza hasta este año: los turistas.
Todos con su plano y su look reglamentario (pantalón corto, sandalias, cámara al cuello). Te tienes que apartar para no salir en sus fotos, y disparan compulsivamente a todo lo que se menea. O a todo lo que no se menea, más bien. Al Justicia de la plaza de Aragón le tienen ya frito.
El plan está claro: un día a la Expo y otro día a recorrer la ciudad. Y todos acaban -tontos no son- en la plaza de Santa Marta, que se nos ha puesto imposible a la hora de cenar. Otros agostos, cenábamos en el Dominó o en los Victorinos tan ricamente, pero este año no hay forma. ¿Nos volveremos tan quisquillosos con los turistas como los sevillanos o los madrileños? ¿Les timaremos, les robaremos, les aguaremos la sangría?
Los Héroes del Silencio tienen una canción que se titula Agosto que dice en una estrofa: "Tierra prometida que nos pertenece, / ¿qué más nos da / ser moro o cristiano, / si hay para los dos?".
Pues eso, que aquí hay Zaragoza para todos, y solo hay que pedir a los bares de la plaza de Santa Marta que no descuiden el abastecimiento. Porque si se nos acaban las tapas, entonces sí que se puede armar una buena. Pero mientras haya jamón, todos contentos.
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